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lunes, 22 de junio de 2009

INTRODUCION

INTRODUCCIÓN




No sé si Antonio Rodríguez del Villar pecaba de excesiva modestia o de una elocuente arrogancia: realizar grandiosas obras escultóricas y eximirse de firmarlas rodea el asunto de una confusa interpretación. Cual artista medieval, pareciera que vírgenes y cristos no tuvieran más finalidad que honrar el nombre de Dios, permaneciendo anónimo el creador de las obras; sin embargo quien lo conoció, quien escuchó de sus labios las innumerables aventuras y anécdotas que, reunidas, se convirtieron en su vida; quien disfrutó del brillo, siempre joven, de sus ojillos azules, podía imaginarse que aquel anonimato no era tan puro y desinteresado. Años después de la muerte de don Antonio, tuve la oportunidad de conocer a otro viejo, sabio y adorable escritor, Juan Gil Albert, a quien me atreví a preguntar si no le molestaba que sus obras, exquisitas piezas de arte, sólo llegaran a una reducida elite de lectores capaz de comprenderlas y apreciarlas: “Los que no me entienden…bueno, lo siento por ellos”; me contestó. Reflexionando después sobre mi abuelo escultor, y haciendo una interpretación coherente acerca de lo que pensaba, de sus opiniones y sobre la forma en que llevó su existencia, me pareció que podía explicarme mucho mejor su decisión de convertirse - casi absolutamente – en autor anónimo y me pareció escucharlo diciéndome: “Si no me conocen por mi obra, por mi estilo, de qué me vale dejar un nombre grabado para aquél que, igual Antonio que Pedro, no significarían nada”.

Las obras de don Antonio poseen, a través del tiempo y en todas sus diversas temáticas, particularidades que lo definen, y que las definen como hijas del mismo artista. Las sensuales mujeres que acompañan al Indio Mara, en Maracaibo; son hermanas en voluptuosidad, contextura y expresión de las figuras femeninas que, en el Monumento de Carabobo, se abrazan representando a América y España o que forman parte de los relieves hermosísimos que decoran la Escuela Normal de Santiago de Veraguas en Panamá. Simón Bolívar conserva sus mismos rasgos serenos, la misma línea en su perfil y en sus mandíbulas, tanto en el busto expuesto en la sede principal de las Naciones Unidas como en todos y cada uno de los que salieron de las manos del Maestro Rodríguez del Villar, no importa que tan serena fuese la expresión de El Libertador o que tan intensa y heroica al guiar a sus combatientes. Políticos, escritores, guerreros, prelados, héroes, vírgenes y hasta cristos, todos pertenecen a una misma raza, a una misma especie, todos son pobladores del mismo planeta de personajes tremendamente humanos, con la tensión de sus músculos a punto de estallar: labios dispuestos a sonreír, a increpar o a pronunciar un discurso, en cualquier momento. Manos que tememos tocar por pensar que inesperadamente pueden cerrar sus dedos para estrechar las nuestras. Cristos crucificados, en el instante previo a hace un sublime esfuerzo para levantar su cabeza y poder mirarnos a los ojos. Muslos y pechos exuberantes de mujeres magníficas que nos transmiten el calor de un cuerpo humano atrapado bajo la frialdad del bronce. Mantos de vírgenes que, sedosos y pesados, dan la sensación de que van a resbalarse hasta el suelo, en cualquier momento, dejando las purísimas cabezas descubiertas. Caballos asustados, descontrolados, hocicos abiertos y ojos desorbitados que se abren paso entre el metal o la piedra de los relieves: la vida se petrificó en sus esculturas, latente, como a la espera de un momento ideal en el que puedan desatarse, desbordarse. Y, a pesar de todo esto -o, además de todo esto- ese toque mágico de gracia y elegancia, esa exquisita dignidad que ejerce un poder tiránico e irreductible sometiendo eternamente a estos seres.

Vida y obra, como en la mayoría de los artistas, está entrelazada; el escultor hubiese sido imposible sin el hombre, y viceversa. Las circunstancias, como opinaba su contemporáneo Ortega y Gasset, fueron aptas para que la propuesta artística que deambulaba en su espíritu cobrara vida en su obra o como expresa Humberto Eco: “El contexto y la circunstancia son indispensables para poder conferir a la expresión su significado pleno y completo, pero la expresión posee un significado virtual que permite que el hablante adivine su contexto” (Eco (b),1981,p.26). Lamentablemente no hubo discípulos o el planteamiento de una teoría organizada que nos permita reflexionar sobre el pensamiento del escultor a través de una propuesta teórica concreta: nos dejó su obra, y con ella la libertad de interpretar y analizar cada expresión, cada músculo, cada pliegue, libremente. A través del presente trabajo, no pretendo develar ningún misterio encriptado en cierto gesto o cierto objeto que podría parecer recurrente en la obra del Maestro del Villar, tampoco es una forma de entender mejor su escultura que, de ninguna manera necesita justificaciones “meta-escultóricas” en que apoyarse –nada más lejos de la forma de pensar del escultor- ya que todos los personajes que salieron de sus manos se explican por completo a sí mismos; sin embargo me parece que para cualquier amante de las Bellas Artes es una expedición maravillosa conocer los eventos que forman parte de la vida de un creador.
Un acercamiento, una cronología que nos permita trazar, si no una extensa biografía, ciertos momentos esenciales en los que podamos imaginarlo en lugares y circunstancias específicos y definidos, relacionados con su obra.


Señalar antecedentes de este estudio con el propósito de identificar o describir el trabajo escultórico del maestro Rodríguez del Villar es imposible salvo ciertos folletos, revistas y artículos de periódico que forman parte de de la documentación de respaldo que ha llegado a mis manos, así como cartas, manuscritos y un valiosísimo material fotográfico. Toda esta documentación cuenta además con el entrañable respaldo de testimonios, no sólo del escultor, sino de sus hijos y esposa, anécdotas que formaron parte de mi cultura familiar y de la tradición del hogar. Todos éstos son recuerdos inevitables y esenciales para crear la conexiones entre el material que respalda esta información tan dispersa y escasa con el fin de darle forma a este estudio sobre la vida del escultor. Debo añadir a toda esta documentación la maravillosa luz que me brindó sobre la obra de mi abuelo, mi reciente visita a Santiago de Veraguas, en Panamá, donde tuve la oportunidad de ver y sentir un trabajo escultórico opuesto a la grandiosidad del Monumento de Carabobo en lo exquisitamente minucioso y conmovedor de su técnica, como lo es la decoración frontal y del vestíbulo de la Escuela Normal de Santiago, en compañía de un respetado y reconocido profesor y artista panameño, residente en Florencia, el maestro Arístides Ureña quien me orientó y me acercó a las técnicas de investigación artística que él mismo maneja con destreza.


Quisiera dirigir el objetivo de este trabajo a responder, de alguna manera, al planteamiento hipotético de don Antonio que expongo al comienzo de esta introducción, el planteamiento ideal de cualquier músico, de cualquier escritor, pintor o escultor; quizás este acercamiento sirva para que sin necesidad de placas o firmas pueda facilitarse el reconocimiento de la huella del Maestro Rodríguez del Villar patente en toda su obra.



A Álvaro, mi padre y el hijo del artista



Agradecimientos

A Antonio Rodríguez del Villar, por ser tan buen narrador de sus propias historias y a mi padre por confiar en que algún día me dedicaría a estudiar la vida y obra de su padre.

Al maestro Arístides Ureña, discípulo espiritual de mi abuelo, gracias a la admiración y respeto por su obra, por ser mi profesor de metodología para el estudio del arte a distancia y presencial; pero, sobre todo, por enseñarme a “enamorarme” de la obra de mi abuelo.

A mi esposo, Asdrúbal y a mis hijos Jorge y Arturo que me han respaldado durante los largos meses de preparación y realización de este trabajo escuchando una y otra vez las historias de mi abuelo siempre con el entusiasmo y la atención de la primera vez

“La escultura, considerada en general,
realiza ese prodigio, que el espíritu
se encarne de súbito, en la materia
y la modele, de tal manera, que se
haga presente en ella y allí reconozca
su perfecta imagen”

Estética, t.I, G.W.F. Hegel





“Estas manos mías sólo hallan
el descanso y la felicidad
en el barro de sus creaciones”

Antonio Rodríguez del Villar

3 comentarios:

  1. Agradecida de tu reportaje, conocí la obra del Marstro cuando era niña y mi tio Alvaro Rodriguez me llevó al campo de Carabobo para mostrarme las maravillas que hizo su abuelo, se podian tocar y tenía muchos personajes y sombreritos, se veía la velocidad de los caballos y yo me sentía involucrada viviendo el momento. Fue mi primera y mayor inspiracion para decidirme a vivir la vida en torno al barro. Luego estudié con Santiago Valverde quien hizo la restauración del monumento hace algunos años. Es tambien para mi un recuerdo vivido en familia parte de mi cultura. GRACIAS MIL...
    GLORIA VIGGIANI ZARRAGA

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    1. Que alegría prima que la obra de mi bisabuelo haya sido inspiración para tu vida. Eres una gran artista plástica.

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  2. Mi bisabuelo ,se llamó Francisco Rodríguez del Villar ,a lo mejor pariente del escultor ????!!!!

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