CAPÍTULO IV
EN BUSCA DE ESTABILIDAD
(1916-1927)
ESPAÑA
Tratados y convenios no sirvieron sino para que los países europeos se alinearan fortaleciéndose para convertirse en poderosas alianzas capaces de imponerse con el fin de lograr sus objetivos:
Cuestiones todas que, barajadas con grandes dosis de nerviosismo, provocación e intransigencia, al empuje de una problemática nueva: la industrialización y el obrerismo, que se sentía más como un alud invisible que como una presencia evidente, fraguarían una contienda bélica de unas proporciones hasta entonces desconocidas y cuyas calamitosas circunstancias alumbrarían en el hombre europeo una visión apocalíptica del mundo que inauguró, como se dice hoy, una interrumpida sucesión, en cadena, de aniquilamientos...(Gil-Albert,1974,p.270)
El creciente nacionalismo y el exacerbado colonialismo entre potencias europeas fue aumentando el “odio al vecino” que motivó el estallido de la guerra; España, como sucedería posteriormente en la Segunda Guerra Mundial, permaneció neutral; a pesar de que también había sufrido su cuota de violencia: en 1912 había sido asesinado el Presidente de Gobierno y la Barcelona a la que viaja Antonio, estaba política y socialmente agitada.
Antonio trabajaba en el estudio de un reconocido retratista catalán de la época Juan Flo. El lugar tenía grandes ventanales desde los cuales se veía el ir y venir de alumnos y maestras de la escuela francesa, cuyas ventanas también daban al taller. Desde su lugar de trabajo, todos los días, Antonio contemplaba a una joven cuya singular presencia le llamaba poderosamente la atención: alta y “garbosa”, llegaba puntual, cada mañana y Antonio, vencido por el enamoramiento la seguía con la mirada hasta perderla de vista: aquello fue suficiente para que Antonio le enviara un inmenso ramo de flores, con una tarjetita en la que le pedía conocerla. El apasionado arranque no tuvo la recepción esperada; la joven devolvió las flores, sin mediar palabra, ofendida por aquel atrevimiento por parte de un caballero a quien nadie le había presentado; aquello, naturalmente despertó en Antonio, aún mayor pasión.
Elvira, que así se llamaba la joven, Llobet Rabasa, para más aclaración de su catalanísimo origen, lo había visto alguna vez con su guardapolvo sucio y lleno de barro: ¿a que trabajos poco delicados se dedicaría con aquella ropa tan manchada y poco prolija?
- Es escultor, señorita Llobet, famoso en muchos países; sus obras se encuentran alrededor del mundo y trabaja conmigo en el taller como profesor y como escultor.
Fue necesario que el maestro Flo, hombre mayor y persona respetable, hiciera las veces de mensajero para el desesperado Antonio que, desde aquel día no tuvo ojos para otra mujer. Elvira, por supuesto, acepto los galanteos de Antonio que primero la hicieron sentirse halagada y unas cuantas semanas después, profundamente enamorada, según sus propias palabras: “ aquel hombre de mundo famoso culto, elegante y encantador me deslumbró”; tanto que Antonio apuró el compromiso, habló con los padres de Elvira y tres meses después, un 25 de diciembre, la convirtió en su esposa:
Antonio y yo nos casamos en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, hace justamente 55 años, y nuestra luna de miel, a pesar de las contingencias de la vida, no ha terminado todavía. Hoy somos tan novios como entonces. (Valencia ciudad industrial, “Balcón del cronista de la ciudad”, 21/09/1971)
Y cualquiera que los conoció esos cincuenta y cinco años después podía dar testimonio de esas palabras al verlos sonreírse con complicidad durante sus frecuentes partidas de ajedrez o de Scrabble, o cuando veían la televisión tomados de la mano o cuando ella ponía la mesa formal y hermosa, siempre, porque él disfrutaba de aquel ritual con servilletas de encaje y mantel bordado y se sentaban uno frente al otro “porque los esposos no deberían sentarse uno al lado del otro, frente a frente pueden mirarse a los ojos”.
Elvira era una joven maravillosamente educada, Antonio había tenido una fantástica intuición al fijarse en ella. Mujer de una educación impecable, sabía comportarse en cenas y reuniones con modales exquisitos, escribía poesía y se encargaba del periódico de la escuela; por supuesto, hablaba un francés delicioso y además contaba con una voz de soprano que había sido educada por reconocidos profesores desde su infancia. Años después Antonio organizó una hogareña e íntima orquesta en la que tres de sus hijos se dedicaban al violín, el piano y el violoncelo, mientras que Elvira llevaba, literalmente, la voz cantante. Era una mujer elegante y a pesar de su poca edad sabía llevar la ropa formal y de gala, maravillosamente. Delgada –aunque no en exceso porque, de haber sido así, jamás habría llamado la atención de un hombre absolutamente enamorado de las formas femeninas- y alta, excedía en estatura, por unos cuantos centímetros, a Antonio. Era, sí, algo seca de carácter, y poco cariñosa – lo que Antonio aceptó como un reto; él, excesivamente afectuoso y apasionado, a lo largo del tiempo, pudo contagiarle algo de su expresivo carácter andaluz. Sus facciones delataba sus antepasados sefardíes y sus ojos negros, maravillosamente expresivos eran el principal adorno de su rostro, junto a su magnífica y sedosa melena oscura. Antonio había encontrado a la esposa perfecta.
El recién casado trajo a sus hermanas de Sevilla para que ayudaran a Elvira en los quehaceres de una maravillosa casa que decoró y arreglo, con todo el amor para su esposa. Ellas le enseñaron a cocinar – arte que ella no dominaba, dedicada, como había estado siempre, a sus estudios y a su trabajo de maestra, sin embargo, como todo en lo que ponía un empeño especial, Elvira llegó a dominar el arte culinario con la habilidad de un gran chef. Era una joven adelantada para su época, estudiosa, preparada y trabajando en la calle por puro gusto y distracción, había leído muchísimo y, si no había viajado como Antonio –cosa un tanto difícil para cualquier persona ordinaria de la época- era capaz de sentarse a hablar largas horas con él y escucharlo, aconsejarlo y ser su mejor confidente. Una mujer convencional jamás hubiese servido para compañera de Antonio.
Antes de finalizar la Gran Guerra, Rodríguez del Villar había recibido su primer encargo para realizar un trabajo en Hispanoamérica a través de don José Sevilla, quien años antes había sido el representante de los ex zuavos para el monumento de Pio IX.
Unos meses después de su matrimonio, Elvira quedó huérfana, sin embargo el amor de su esposo y el cariño de sus cuñadas sirvieron de apoyo a la joven que, ilusionada con el pronto regreso de su esposo de América, se quedó en España en espera del nacimiento de su primer hijo.
COLOMBIA
“Papá, soy Álvaro”
Esas tres palabras notificaron a Antonio, a través de un telegrama, que había nacido el primero de sus hijos en Octubre de 1918. Como lo hiciera, con los que vinieron posteriormente, fue bautizado con tres nombres, en este caso: Álvaro Antonio (como su padre) Alfonso como su padrino que casualmente se llamaba como el Rey de España, lo que complació al monárquico escultor.
Antonio Rodríguez del Villar era ya conocido en América lo que aprovechó el artista para tomar la decisión de mudarse con toda su familia a Colombia; la aventura, todavía, podía más que su promesa de estabilidad. Era inevitable que aquella familia, bajo el signo de Antonio, estuviese condenada a estar muy lejos de ser convencional. Elvira acepto, a gusto, las pautas de Antonio; siempre seducida por la modernidad, el hogar y los hijos no conocían más disciplina que el respeto y las buenas costumbres. La Psicología y las nuevas tendencias de la Pedagogía eran las mejores guías para la joven madre siempre estudiosa de las últimas teorías; Antonio, la mejor guía que encontró para educar a sus hijos fue el amor y la felicidad de disfrutar de una gran familia largamente deseada.
Regresó a España pero sólo para cerrar la casa y arreglar el traslado a Colombia, donde establecieron su hogar hasta el año 1929. Era aquél un espacio ideal para el desarrollo del trabajo de Antonio. Un país nuevo, ávido de conquistar el respeto y el reconocimiento internacional. El arte, en ese momento, constituía un elemento valioso para consolidar las raíces y consolidar su imagen como una nación que se impulsaba hacia el progreso.
La elección de escultores españoles durante las décadas de 1920 y 1930 para realizar monumentos conmemorativos y para enseñar en la Escuela responde a la resistencia del medio artístico oficial a las vanguardias europeas. Rafael Tavera, profesor de la Escuela, justifica esta elección: “Aquí en Colombia se impone una orientación hacia España en cosas de arte, sobre todo al tratarse de una interpretación escultórica de nuestros hombres y hechos. La psicología de la raza así lo pide, nuestras cosas son cosas de España, nuestras afinidades son más grandes de lo que a primera vista aparecen, los artistas íberos están en mejores capacidades de comprender nuestra idiosincrasia y llevar a forma plástica nuestros genios y glorias” (http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)
Muchas fueron las oportunidades en que Antonio se enorgulleció de establecer una comunicación clara y directa con el alma hispanoamericana, de entenderla, lejos de ser un obstáculo, su hispanidad lo conectaba con un sentimiento y una pasión que por su condición de español no le eran ajenos. En Colombia comienza a estudiar sobre la gran empresa que significó la Independencia de los países suramericanos, en Colombia es por primera vez seducido por la arrolladora personalidad de Bolívar.
La técnica de Antonio para trabajar el rostro humano se había perfeccionado a través de la práctica durante años; desde su infancia y, sobre todo, durante su permanencia en Estados Unidos, representando, incluso, su medio de vida.
Son cientos los bustos que Antonio realizó y de los que no poseemos fotografías, ni siquiera son nombrados por él en alguna de sus entrevistas cuando menciona sus obras. Sin embargo, en todos y cada uno de ellos se esmeraba por reproducir algo más que las facciones del personaje; citando de nuevo a su esposa “buscaba el alma de lo que modelaba”.
No le satisfacía la perfección material de su obra o el parecido extraordinario al modelo, buscaba que su obra reflejase algo interno. Trataba de buscar en la expresión de los ojos, en el rictus de su boca, en las líneas faciales, algo que descubriese la intimidad del personaje y el carácter de quien era modelado. Por eso decían, frecuentemente, que sus obras “hablaban”.
En 1920 establece su hogar en Bogotá con su familia; desde donde, no sólo el escultor sino la familia entera, viajaba constantemente a Europa. Antonio, además, visitaba diversos países de América, con frecuencia, por motivos de trabajo.
Comienza, entonces, el “Período de los Monumentos” y las esculturas conmemorativas.
Comment commémorer un évènement politique, un personnage historique, mettre en gloire faits et personnes, perpétuer le souvenir d'une présence - d'absence - témoignant de ce que nous avons perdu ?… La création d'une œuvre commémorative se doit de répondre à cette question tant du point de vue artistique, plastique et esthétique, que symbolique, historique et sociologique.( http://www.ac-reims.fr/datice/artsplastiques/pedagogie/sculpturecommemorative.htm).
(¿Cómo conmemorar un acontecimiento político, un personaje histórico, glorificar hechos y personajes, perpetuar el recuerdo de una presencia –de ausencia- atestiguando sobre aquello que hemos perdido?... La creación de una obra conmemorativa debe responder a esa pregunta tanto desde el punto de vista artístico, plástico y estético así como simbólico, histórico y sociológico.)
En Colombia, estos años 20, son época de protestas, huelgas y descontento laboral, en la que los obreros se sentían abusados por la falta de una Ley del Trabajo que los protegiese; la actitud indiferente de un gobierno conservador terminó por conducir la situación hacia una crisis que en 1928 dio lugar a la “Masacre de las Bananeras”. En esa época algo convulsionada, conoce Antonio al poeta Guillermo Valencia, hombre y político respetado en Colombia. Se establece una animada amistad entre ambos personajes que compartían paseos, opiniones y gustos artísticos, el poeta incluso orientó y brindó ideas a Antonio cuando preparaba el proyecto de un monumento al poeta José Asunción Silva.
Antonio recordaba una ocasión, en particular, cuando salió con su amigo Valencia, de paseo; en la ciudad había disturbios callejeros y decidieron alejarse hasta las afueras. Entre tantos temas, comenzaron a hablar de sus esposas, el poeta le comentó que la suya se encontraba en Popayán, y que la extrañaba en todo momento porque la amaba profundamente; expresó entonces, al amigo escultor, su deseo de que le hiciera un busto para inmortalizarla. Apenas un par de días después, Antonio supo, por la prensa, que doña Josefina Muñoz, esposa de su amigo, acababa de fallecer. Inmediatamente, el artista se trasladó a Popayán y sacó una mascarilla de la difunta, en ausencia de su esposo. A continuación copio textualmente el telegrama de agradecimiento que el poeta envió a Antonio, desde Popayán, al recibir la reproducción escultórica del rostro de su esposa:
República de Colombia
Telégrafos Nacionales
N° 1636
Popayán, 20 Diciembre, 1921
Señor Maestro Antonio Rodríguez Villar
Acaba llegar lápida. Sin palabras agradecerle ese gentil tributo. Nunca había sentido el arte tan cerca de mi corazón. Su genio artístico hame devuelto a mi compañera resucitándola dormida. Sólo un amigo artista como usted, ha podido plasmar impregnando el mármol de Melancolía. Lo abraza de veras su admirador agradecido.
(Fdo.) Guillermo Valencia
La escuela europea, de finales del siglo XIX a principios del XX, en la que se forma Antonio se caracteriza por el desarrollo de una escultura conmemorativa de origen francés que, como ya hemos expuesto, tuvo uno de sus máximos exponentes en España, a través del trabajo del maestro Mariano Benlliure, profesor de Antonio. Los países suramericanos van a desarrollar el gusto por este tipo de monumento con una intensidad particular en la época en que Antonio se establece en Bogotá.
Los héroes y las batallas de la Independencia fueron el principal motivo de representación. Uno de los principales objetivos de la organización y ornamentación de la ciudad era lograr el reconocimiento “oficial” de la Independencia del país por parte de otros países, para lo cual había que demostrar el nivel de “civilización” de la nueva República, de acuerdo con la imagen de las principales ciudades europeas. Asimismo era un instrumento didáctico para crear en los habitantes –la mayoría analfabetos- parámetros de identidad, también dentro del espíritu republicano. (http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)
Esculturas conmemorativas como la erigida a Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá se convierten en encargos habituales de Rodríguez del Villar. Su realización se llevó a cabo en el año 1922 y representaba al personaje vestido con una armadura, con un estandarte en la mano izquierda y la espada desnuda en la derecha. El pueblo lo bautizó con el nombre de “El Candelero” y al igual que otras esculturas, no sólo de Rodríguez del Villar sino de otros muchos escultores, fue removida de su espacio original. Tanto en este como en otros casos, este hecho, al parecer, era motivado por intereses políticos o a causa de remodelaciones o cambios de gusto y de moda.
En el año de 1923 Antonio establece una importante y constante relación con el gobierno español, lo que motivo su nombramiento como Agregado Cultural, encargado de establecer relaciones de intercambio entre los dos países y de otorgar becas a jóvenes artistas colombianos para facilitar sus estudios en España. También se le nombra representante del Consorcio Bancario Español para la adquisición de unos préstamos, siendo en esta época Miguel Primo de Rivera, Marqués de Lozoya, Ministro de España. Su trabajo consular y su labor de acercamiento entre Colombia y España lo hicieron merecedor de un altísimo honor: La Orden de Isabel la Católica; fue, entonces, condecorado con la Cruz de Caballero y la Cruz de Comendador.
En Colombia nacieron tres hijos más: Julio, Gonzalo y Manuel, que se llevaban dos o tres años, cada quien con el anterior. La familia vivía en una gran hacienda, donde “tiíta Mercedes” y “tiíta Nati”, que ya no podían ejercer su labor de madres con Antonio, se encargaban de consentir a los pequeños que iban llegando a la familia. Aprendieron a hacer conservas y dulces con las frutas tropicales que, de ser una novedad, pasaron a convertirse en los ingredientes de postres que los cuatro sobrinos nunca olvidarían. Las tías eran las consentidoras y consoladoras de los niños, cuando había una rodilla raspada o un dolor de barriga, y, muy particularmente, en las noches de tormenta cuando Alvarito –“Coque” para sus hermanos que oían a su padre llamarlo “Albaricoque”- corría al cuarto de su “tiíta Nati” para que lo protegiera de los relámpagos; los chicos, ninguno de ellos, se hubiese atrevido a perturbar el sueño de sus padres, especialmente de Elvira. La imagen de la madre era algo así como una diosa ideal y lejana para sus hijos que la veían acompañar a su padre para asistir a sus reuniones sociales, siempre adornada con sus magníficos sombreros y sus espectaculares abrigos junto a Antonio, que siempre tenía una broma, un guiño o un beso de última hora para sus hijos, antes de salir a cualquier compromiso. Elvira se fue convirtiendo, cada vez con más dedicación, en “la señora del maestro Rodríguez del Villar”: hermosa, elegante e inteligente, era el orgullo de su esposo en recepciones, cenas, tertulias y veladas, donde se reunían poetas, escritores, pintores, escultores y hombres connotados de la época que celebraban sus encuentros conversando en francés. Contaba Álvaro que siempre recordaba la imagen de su madre un día en particular, cuando fue a recogerlo al colegio; tendría él unos seis o siete años; aquella tarde levantó la vista, de pronto, y vio a su madre espectacular a la salida de clases; en aquel instante se sintió orgulloso y pensó: “A ningún otro niño lo recoge una madre tan bella como la mía”…Puedo imaginar su recorrido triunfal, en medio de los demás compañeros, hasta tomar la mano de Elvira y subir al automóvil, elemento que se hizo imprescindible en una familia tan aficionada a las novedades, los avances tecnológicos y las comodidades que ofrecía la modernidad.
A partir de 1924, Rodríguez del Villar trabaja como profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde regentó la cátedra de Escultura. En ese mismo año, dos concursos escultóricos se llevaron a cabo entre todos los artistas que vivían en Colombia para ese momento: en uno de ellos, el Monumento a Ricaurte, Antonio obtuvo el primer lugar.
Tenía una altura de 18 m. y medio, una base de rocalla y algunas figuras chibchas en el bajo relieve, las cuales rendían culto al héroe. Al frente iba un joven con el pecho descubierto y protegiendo con aire resuelto la patria. Al pie de este grupo había dos figuras femeninas que representaban la Historia y el Ideal. En el costado norte otras dos figuras representaban la Gloria con el héroe muerto en sus brazos y la Patria con la mejilla reclinada sobre el cuerpo del héroe. Debajo de este grupo aparecían el Sacrificio y el Heroísmo simbolizados en dos hombres fuertes. Coronando el monumento en forma de pirámide truncada iba una figura femenina símbolo de la Victoria, que sostenía en uno de sus hombros al Cóndor Andino. (http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/diccioart/diccioart21e.htm)
Lamentablemente, este monumento fue derribado en el año 1936.
Es ésta la primera oportunidad en que Antonio realiza una obra de tan grandes dimensiones en la que se incluyen varias figuras humanas. Utiliza una serie de símbolos o alegorías: el Sacrificio, el Heroísmo, la Gloria, la Patria…al igual que lo hará en composiciones escultóricas posteriores, bien sean de volumen o de relieve. Y aunque, este tipo de escultura responde a la representación de un hecho heroico particular es esencial el impacto que cause a quien la observa, sin que necesariamente encuentre en ella la idea que el autor quiso plasmar en ella, sino más bien la visión que el autor plantea sobre el hecho; de esta forma si el observador no evocara el relato o las hazañas del héroe, disfruta de la experiencia estética que le transmite la obra escultórica creada, originalmente, con el fin de representar las características esenciales de un hecho o del personaje al que, de alguna manera se acompaña de representaciones materiales –en la mayoría de los casos, humanas. El conjunto escultórico se plantea, entonces como un “texto” al presentarse como una manifestación de de elementos no dichos que están por actualizarse cada vez que el observador se coloca ante la obra. La escultura se convierte en un recurso expresivo orientado a transmitir, de una manera inmediata, una sensación de grandeza impregnada de belleza y de nostalgia; experiencia accesible a todo aquel que lo contemple: el placer estético.
De esta época, un testimonio del propio Antonio nos transmite el sentimiento que lo anima en el momento de realizar sus grandes proyectos:
Un monumento conmemorativo de un hecho cualquiera debe, ante todo, dar al espectador una idea de toda la importancia, de toda la trascendencia del hecho en cuestión. He aquí por qué cuando se eleva un monumento a un héroe no basta hacer un pedestal y colocar encima de él la estatua de un personaje por muy parecido que esté[…] El arte debe elevarse mucho más y aspirar a producir en el espectador sentimientos e ideas, representándolos por los medios que tiene a su alcance.
(R. del Villar,1924 en:http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)
Estas palabras forman parte de un catalogo que recoge opiniones del autor, publicadas con ocasión de la inauguración del mencionado Monumento a Ricaurte.
Además de las ya citadas y descritas, brevemente, muchas son las obras que realizó Rodríguez del Villar en Colombia. Algunas de ellas las nombra Antonio en entrevistas o en los breves textos que, sobre él, escribió su esposa, conocemos sobre la autoría de otras al revisar información y referencias obtenidas a través de reciente investigación, es muy probable que otras –quizás muchas- sin firma ni documentación que avale su autoría, permanezcan fuera de la siguiente relación:
Bustos:
- General Santander – Actualmente adorna el Gran Salón de la Unión Panamericana, en Washington.
- José Celestino Mutis – Realizado en el año 1924 fue colocado en el jardín exterior del Observatorio Astronómico de Bogotá. En el año 1927, realizó una copia de este busto para adornar la Quinta Mutis en Chapinero. Por la realización de este busto recibió Antonio la Medalla de Oro del Observatorio de Bogotá.
- Simón Bolívar – Fundido en bronce, es una obra de características excepcionales y se encuentra en el Colegio Nacional de san Bartolomé.
- Simón Bolívar – Realizado para la Secretaría de la Organización de Naciones Unidas
- Guillermo Valencia – Obra de particular belleza y elegancia en sus líneas, tal como se puede apreciar a través del material fotográfico que se conserva de ella.
- Miguel de Cervantes - Se encuentra en la Academia de la Historia de Bogotá; por este busto recibió Antonio Mención Honorífica de la Academia de la Historia de Bogotá.
- General Pedro Nel Ospina (Presidente de Colombia del año 1922 al 1926).
- General Santos Acosta
- Monseñor Perdomo, Obispo de Bogotá
- José Joaquín Casas.
En la Universidad Javeriana de Bogotá se encuentran los bustos de:
Miguel Antonio Caro – Rufino José Cuervo – Padre José Dadey – García Rovira – Arzobispo Lobo Guerrero – San Francisco Javier – Francisco Antonio Zea – Antonio Ricaurte.
Monumentos:
- José Asunción Silva
- Antonia Santos (heroína de la Independencia colombiana) en El Socorro; por este monumento recibió la Medalla de Oro de la ciudad de El Socorro y fue nombrado hijo predilecto de esa ciudad.
- Herrera y Vergara en Cali
Decoración:
- Salón de Actos del Colegio Nacional de san Bartolomé en Bogotá.
Existen otras informaciones sin confirmación como un Monumento a la Raza y la contratación de Rodríguez del Villar para la realización del monumento a la Virgen en el cerro de Guadalupe, Bogotá. 1922 (http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/procesos/cap12.htm).
En el año 1927, Antonio recibe una importante comunicación en la que el Gobierno de Venezuela hace una convocatoria a concurso para los escultores que deseen presentar su proyecto con el fin de realizar una obra majestuosa que conmemore la batalla que selló la Independencia de ese país en el Campo de Carabobo.
lunes, 22 de junio de 2009
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