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lunes, 22 de junio de 2009

INTRODUCION

INTRODUCCIÓN




No sé si Antonio Rodríguez del Villar pecaba de excesiva modestia o de una elocuente arrogancia: realizar grandiosas obras escultóricas y eximirse de firmarlas rodea el asunto de una confusa interpretación. Cual artista medieval, pareciera que vírgenes y cristos no tuvieran más finalidad que honrar el nombre de Dios, permaneciendo anónimo el creador de las obras; sin embargo quien lo conoció, quien escuchó de sus labios las innumerables aventuras y anécdotas que, reunidas, se convirtieron en su vida; quien disfrutó del brillo, siempre joven, de sus ojillos azules, podía imaginarse que aquel anonimato no era tan puro y desinteresado. Años después de la muerte de don Antonio, tuve la oportunidad de conocer a otro viejo, sabio y adorable escritor, Juan Gil Albert, a quien me atreví a preguntar si no le molestaba que sus obras, exquisitas piezas de arte, sólo llegaran a una reducida elite de lectores capaz de comprenderlas y apreciarlas: “Los que no me entienden…bueno, lo siento por ellos”; me contestó. Reflexionando después sobre mi abuelo escultor, y haciendo una interpretación coherente acerca de lo que pensaba, de sus opiniones y sobre la forma en que llevó su existencia, me pareció que podía explicarme mucho mejor su decisión de convertirse - casi absolutamente – en autor anónimo y me pareció escucharlo diciéndome: “Si no me conocen por mi obra, por mi estilo, de qué me vale dejar un nombre grabado para aquél que, igual Antonio que Pedro, no significarían nada”.

Las obras de don Antonio poseen, a través del tiempo y en todas sus diversas temáticas, particularidades que lo definen, y que las definen como hijas del mismo artista. Las sensuales mujeres que acompañan al Indio Mara, en Maracaibo; son hermanas en voluptuosidad, contextura y expresión de las figuras femeninas que, en el Monumento de Carabobo, se abrazan representando a América y España o que forman parte de los relieves hermosísimos que decoran la Escuela Normal de Santiago de Veraguas en Panamá. Simón Bolívar conserva sus mismos rasgos serenos, la misma línea en su perfil y en sus mandíbulas, tanto en el busto expuesto en la sede principal de las Naciones Unidas como en todos y cada uno de los que salieron de las manos del Maestro Rodríguez del Villar, no importa que tan serena fuese la expresión de El Libertador o que tan intensa y heroica al guiar a sus combatientes. Políticos, escritores, guerreros, prelados, héroes, vírgenes y hasta cristos, todos pertenecen a una misma raza, a una misma especie, todos son pobladores del mismo planeta de personajes tremendamente humanos, con la tensión de sus músculos a punto de estallar: labios dispuestos a sonreír, a increpar o a pronunciar un discurso, en cualquier momento. Manos que tememos tocar por pensar que inesperadamente pueden cerrar sus dedos para estrechar las nuestras. Cristos crucificados, en el instante previo a hace un sublime esfuerzo para levantar su cabeza y poder mirarnos a los ojos. Muslos y pechos exuberantes de mujeres magníficas que nos transmiten el calor de un cuerpo humano atrapado bajo la frialdad del bronce. Mantos de vírgenes que, sedosos y pesados, dan la sensación de que van a resbalarse hasta el suelo, en cualquier momento, dejando las purísimas cabezas descubiertas. Caballos asustados, descontrolados, hocicos abiertos y ojos desorbitados que se abren paso entre el metal o la piedra de los relieves: la vida se petrificó en sus esculturas, latente, como a la espera de un momento ideal en el que puedan desatarse, desbordarse. Y, a pesar de todo esto -o, además de todo esto- ese toque mágico de gracia y elegancia, esa exquisita dignidad que ejerce un poder tiránico e irreductible sometiendo eternamente a estos seres.

Vida y obra, como en la mayoría de los artistas, está entrelazada; el escultor hubiese sido imposible sin el hombre, y viceversa. Las circunstancias, como opinaba su contemporáneo Ortega y Gasset, fueron aptas para que la propuesta artística que deambulaba en su espíritu cobrara vida en su obra o como expresa Humberto Eco: “El contexto y la circunstancia son indispensables para poder conferir a la expresión su significado pleno y completo, pero la expresión posee un significado virtual que permite que el hablante adivine su contexto” (Eco (b),1981,p.26). Lamentablemente no hubo discípulos o el planteamiento de una teoría organizada que nos permita reflexionar sobre el pensamiento del escultor a través de una propuesta teórica concreta: nos dejó su obra, y con ella la libertad de interpretar y analizar cada expresión, cada músculo, cada pliegue, libremente. A través del presente trabajo, no pretendo develar ningún misterio encriptado en cierto gesto o cierto objeto que podría parecer recurrente en la obra del Maestro del Villar, tampoco es una forma de entender mejor su escultura que, de ninguna manera necesita justificaciones “meta-escultóricas” en que apoyarse –nada más lejos de la forma de pensar del escultor- ya que todos los personajes que salieron de sus manos se explican por completo a sí mismos; sin embargo me parece que para cualquier amante de las Bellas Artes es una expedición maravillosa conocer los eventos que forman parte de la vida de un creador.
Un acercamiento, una cronología que nos permita trazar, si no una extensa biografía, ciertos momentos esenciales en los que podamos imaginarlo en lugares y circunstancias específicos y definidos, relacionados con su obra.


Señalar antecedentes de este estudio con el propósito de identificar o describir el trabajo escultórico del maestro Rodríguez del Villar es imposible salvo ciertos folletos, revistas y artículos de periódico que forman parte de de la documentación de respaldo que ha llegado a mis manos, así como cartas, manuscritos y un valiosísimo material fotográfico. Toda esta documentación cuenta además con el entrañable respaldo de testimonios, no sólo del escultor, sino de sus hijos y esposa, anécdotas que formaron parte de mi cultura familiar y de la tradición del hogar. Todos éstos son recuerdos inevitables y esenciales para crear la conexiones entre el material que respalda esta información tan dispersa y escasa con el fin de darle forma a este estudio sobre la vida del escultor. Debo añadir a toda esta documentación la maravillosa luz que me brindó sobre la obra de mi abuelo, mi reciente visita a Santiago de Veraguas, en Panamá, donde tuve la oportunidad de ver y sentir un trabajo escultórico opuesto a la grandiosidad del Monumento de Carabobo en lo exquisitamente minucioso y conmovedor de su técnica, como lo es la decoración frontal y del vestíbulo de la Escuela Normal de Santiago, en compañía de un respetado y reconocido profesor y artista panameño, residente en Florencia, el maestro Arístides Ureña quien me orientó y me acercó a las técnicas de investigación artística que él mismo maneja con destreza.


Quisiera dirigir el objetivo de este trabajo a responder, de alguna manera, al planteamiento hipotético de don Antonio que expongo al comienzo de esta introducción, el planteamiento ideal de cualquier músico, de cualquier escritor, pintor o escultor; quizás este acercamiento sirva para que sin necesidad de placas o firmas pueda facilitarse el reconocimiento de la huella del Maestro Rodríguez del Villar patente en toda su obra.



A Álvaro, mi padre y el hijo del artista



Agradecimientos

A Antonio Rodríguez del Villar, por ser tan buen narrador de sus propias historias y a mi padre por confiar en que algún día me dedicaría a estudiar la vida y obra de su padre.

Al maestro Arístides Ureña, discípulo espiritual de mi abuelo, gracias a la admiración y respeto por su obra, por ser mi profesor de metodología para el estudio del arte a distancia y presencial; pero, sobre todo, por enseñarme a “enamorarme” de la obra de mi abuelo.

A mi esposo, Asdrúbal y a mis hijos Jorge y Arturo que me han respaldado durante los largos meses de preparación y realización de este trabajo escuchando una y otra vez las historias de mi abuelo siempre con el entusiasmo y la atención de la primera vez

“La escultura, considerada en general,
realiza ese prodigio, que el espíritu
se encarne de súbito, en la materia
y la modele, de tal manera, que se
haga presente en ella y allí reconozca
su perfecta imagen”

Estética, t.I, G.W.F. Hegel





“Estas manos mías sólo hallan
el descanso y la felicidad
en el barro de sus creaciones”

Antonio Rodríguez del Villar

CAPITULO I - NIÑEZ Y ADOLESCENCIA

CAPÍTULO I



NIÑEZ Y ADOLESCENCIA
(1880-1896)






SEVILLA

-Nací en Madrid por casualidad
Quién puede saber a estas alturas –ciento veintiocho años después- a qué casualidad se referiría Don Antonio cuando, al decir esta frase, estrechaba su pícara mirada a consecuencia de una sonrisa. Pudo ser un viaje por causas familiares, no creo que fuese un asunto de trabajo y me atrevo a afirmar con toda seguridad que no estaban sus padres y hermanas establecidos en la capital. Los Rodríguez Villar eran absoluta y completamente sevillanos, su hogar, desde muchos años antes de nacer Antonio se encontraba en la calle San Luís, frente a la Iglesia de Santa Marina – no dudo que sus arcos ojivales y sus relieves y esculturas llamaran más de una vez, la atención del artista en ciernes- , y el escultor siempre hacía la aclaración sobre lo accidental en cuanto a la ubicación geográfica de su nacimiento, como dando a entender que, a pesar de ello, era totalmente andaluz.

Antoñito fue el menor de los hijos de Alfonso Rodríguez y Concepción Villar, y vino al mundo unos doce años después de su hermana más pequeña; Natividad y Mercedes fueron durante gran parte de su existencia una especie de pequeñas madres a las que recurrió cuando la soledad o la necesidad se hicieron imperiosas en su vida.

Nació un 24 de septiembre de 1880, en época convulsiva no sólo para España sino para toda Europa cuando “las ciencias se liberan del espíritu de las supersticiones y de los prejuicios provenientes de los déspotas y de los sacerdotes”(Histoire Critique,1989, p.13). La población europea pasa de 250 millones a 450 millones de habitantes con su consecuente crisis social; los términos: “ciencia” y “tecnología” son cada vez menos ajenos al lenguaje diario en un periodo en el que El Progreso se convierte en noticia de todos los días: Nobel, Curie, Lumiere, Marconi, Siemmens, Mendel, Pasteur, Koch se dan a la tarea de impulsar el mundo que está por venir. Los hombres de pensamiento se sumergen en una etapa de revisionismo de la realidad circundante; el arte, sin embargo, parece fabricar un puente que atraviesa toda la turbulencia de finales de siglo y encuentra una salida de evasión impulsado por el Romanticismo y el Simbolismo. En 1874, París es sede de un fenómeno artístico ciertamente reñido con el academicismo: la primera exposición impresionista.

Después de ese rompimiento, en la segunda mitad del siglo XIX, observamos un despojarse de reglas y prejuicios en un “ambiente artístico difícil, competitivo y crispado. Mezcla de pervivencias conservadoras del antiguo régimen con fuertes tendencias al liberalismo y la lucha económica”. (Pinazo, 1981, p.10). En consecuencia existían, para la época, dos tipos de artistas: uno, el “oficial, conformista y mimado por el poder establecido, acaparador de cargos oficiales, honores y medallas…” (Pinazo, 1981, p. 10), el artista académico que sólo concebía exponer en “El Salón” oficial; y el otro: “el marginado, revolucionario y resentido que arrastra una vida de miserias (…) para aportar cauces nuevos para el futuro del arte” (Pinazo, 1981, p.10), la adorable y nostálgica generación de bohemios, que se reunían en los cafés, bebían absenta y vivían en su estudio inmersos en la creación artística.

¿Cómo llegaba a Sevilla ese impetuoso fluir de ideas sociales y políticas, ese mundo nuevo que se abría paso hacia el estallido de un nuevo siglo? ¿Cómo se derramaban por España las recientes corrientes artísticas que parecían ir desencadenando al hombre de las ataduras de los convencionalismos y las reglas? ¿Cómo era la Sevilla que podía ver Antoñito a través de su mirada de artista? Pareciera que la vida se lo llevó de la mano corriendo y ni siquiera le dio tiempo de disfrutar su infancia; poco o nada se sabe de sus juegos infantiles o amigos de la niñez, pareciera que se hizo hombre antes de tiempo. No se lamentaba de ello. Con valentía y fortaleza poco usuales para un niño, para un adolescente, Antonio fue capaz de enfrentarse a las situaciones adultas que se iban presentándose en su vida temprana, de manera inesperada e insistente.

Sin contar siquiera diez años, inquieto y curioso, acompañaba a su padre al trabajo y aprendió de él su oficio. Como él, fueron muchos los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX que bebieron en la fuente de sus padres orfebres, herreros, vidrieros, ebanistas… “eran, a menudo, hijos de artesanos y adquirían en el aprendizaje del oficio de su padre el gusto por el trabajo manual” (Selz, 1964, p.48). El padre de Antonio era ornamentista, como lo fue el de su contemporáneo, el pintor Ignacio Zuloaga e incluso el célebre escultor francés Auguste Rodin, que en su juventud, además de ornamentista, fue cincelador y modelador.

Siendo aún muy niño ingresa Antonio en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla como aprendiz del maestro Pedro Domínguez “quien había dado muestras de su pericia en la suntuosa Portada de San Cristóbal”(http:www.degelo.com/sevilla/sev4.htm/) perteneciente a la Catedral de esa ciudad y comienza, en 1890, a tallar la nueva fachada del Ayuntamiento, levantada a causa de modificaciones realizadas en esa edificación. Es muy probable que fuese allí donde el maestro conociera al pequeño.
Según un artículo publicado en El Mundo, periódico de San Juan de Puerto Rico, el día miércoles 21 de junio de 1933:

Allí [en Sevilla] se despertó la vocación irresistible del escultor precoz y en la primorosa
fachada del Palacio Municipal, calada como una mantilla y bordada como un mantón
andaluz en esa joya arquitectónica –un encaje de piedra que que tiene la finura estilizada de
una fina labor de orfebrería- el cincel de Antonio R. del Villar ha dejado unos primorosos
relieves cuando todavía era un chavea (sic), como llaman allí a los chiquillos, empleando
la voz cañí.

Posiblemente don Alfonso Rodríguez formó parte del grupo de ornamentistas y cinceladores que trabajaron bajo las órdenes del maestro Domínguez en la extensa e importante obra que se llevo a cabo en el Ayuntamiento y es muy probable, también, que su hijo Antonio colaborará con él. Al no encontrar información sobre el “Palacio Municipal” mencionado en el artículo citado anteriormente, me inclino a pensar que fuese ésta alguna otra denominación que recibiera el Ayuntamiento, lo cual considero muy probable, especialmente porque las fechas y el lugar brindarían una explicación más que posible del encuentro del maestro Domínguez con el jovencísimo Antonio a quien, después de haber visto realizando su trabajo, consideró un discípulo idóneo para ser recibido en la Academia de Bellas Artes de Sevilla.

Es éste el momento en que Antoñito comienza su larga trayectoria como escultor, inicia su “permanente búsqueda del alma de lo que moldeaba”, como él mismo decía. En la España de Gaudí en la arquitectura, Sorolla en la pintura y Benlliure en la escultura; el arte comenzaba a recorrer nuevos caminos que se alejaban de la pesadez de un clasicismo agotado y repetitivo que ya no respondía al sentir de los hombres de los nuevos tiempos. En Francia Jean Baptiste Carpeaux había liberado a la escultura de la frialdad académica, posteriormente Auguste Rodin “intentaba reconstruir los sentimientos que debieron presidir el pensamiento de Dios cuando emprendió la creación del Universo” (Pijoan, b, 1970, p.261) a la vez que expresaba: “(…) yo guardo en mi memoria la ´pose´, mejor que el propio modelo y además yo le presto vida interior” (Pijoan, b, 1970, p.262).

En la escultura de fin del siglo XIX los aspectos idealistas del Romanticismo van desapareciendo, lo que desemboca en un Realismo minucioso; una de las vertientes de esta corriente conduce al Modernismo; sin caer en los excesos de uno u otro movimiento, el estilo de Mariano Benlliure se caracteriza por sus detalles y por tratarse de una “escultura narrativa” que retrata “el aspecto transitorio y dinámico de la vida”(http:www.arteespana.com/marianobenlliure.htm).
Antonio, beberá de esta fuente durante sus años en Madrid como discípulo del célebre escultor e incluso orientará su obra hacia el mismo tipo de trabajo que su maestro quien “preferentemente se dedicó al retrato y a los monumentos conmemorativos” (http:www.arteespana.com/marianobenlliure.htm).


Fallece el padre de Antonio, siendo éste apenas un niño de once o doce años, y enferma su madre. Antonio distrae su tristeza modelando, tallando. En el taller conoce a quien será su protector, el Cardenal Espínola, célebre prelado sevillano de la época. Según la costumbre, altos personajes, nobles y dignatarios eran inmortalizados en bustos que los escultores realizaban, no sólo por prestigio sino como medio de vida usual entre los artistas. Uno de los escultores instruyendo a Antonio en el arte del retrato se encontraba realizando un busto del mencionado Cardenal; al saber de su visita al taller para constatar como iba a adelantando la obra, el maestro se escondió detrás de unas cortinas esperando escuchar los halagos del prelado. Antonio siguió trabajando con la naturalidad y la despreocupación que le proporcionaban sus pocos años. Ante el silencio, después de escuchar los pasos tras él y saludar ceremoniosamente, esperó las palabras que el Cardenal pronunciaría después de observar, silencioso y largamente ambas esculturas: la de Antonio y la de su maestro:
- Muy bien pequeño, muy bien. Serás un gran artista si sigues por este camino.
Con desagrado, se acercó al otro busto, lo observó seriamente y continuó dirigiéndose a Antonio:
- Sigue tu idea, vales mucho, no vayas a copiarte de esa cosa tan mal hecha.

Desde ese día fue “protegido” del Cardenal, que veía por su bienestar y particularmente porque siguiera sus estudios de arte.



En general, poco se sabe de los primeros años de Antonio. Llegan a mí, en un breve escrito, unas frases de su esposa: “Ya desde su infancia demostró una especial inclinación para el arte escultórico que se vislumbraba a través de sus juegos infantiles”; sin embargo, para quien lo conoció, es imposible imaginárselo serio y circunspecto con aires de niño prodigio dedicado a quehaceres demasiado maduros para su edad. Las anécdotas juveniles, su forma sencilla y ligera –tan inusual para la época- de enfrentar los sinsabores y los obstáculos que en otros hubiesen motivado una reposada reflexión, nos colocan frente a un ser humano libre y desenfadado -quizás un tanto impulsivo, al menos en sus años de juventud- que desde siempre tuvo la sabiduría natural y suficiente para discriminar y reconocer cuáles asuntos ameritaban de una verdadera seriedad en la vida y cuáles no valen ni un breve instante de preocupación, de indignación o de amargura..
Las picardías, travesuras y una inmensa facilidad para hacerse querer de quien lo conocía, no dejan lugar a dudas de qué tan jovial y abierto fue siempre el carácter de Antonio.

Menudito, de niño, no llegó a ser un hombre alto ni mucho menos corpulento. Él, tan enamorado de la perfección encontraba su cabeza un poco desproporcionada con su cuerpo, lo que era motivo de broma entre él y sus amigos. No sé si a causa de su estatura o de su carácter tan dado a la broma, o por ambas razones a la vez, pareció, por mucho tiempo, más joven de lo que era realmente: “Villarín” lo llamaban muchos de sus amigos y compañeros de estudios. A diferencia de sus hermanas que en al cabello, la piel y los ojos guardaban algo de sus antepasados moros; Antonio, además de sus ojos azulísimos, poseía un cabello castaño claro, de textura muy fina que se hizo escaso tempranamente; piel blanquísima como un vaso de leche y la sonrisa como adorno permanente en su rostro.


A partir de 1890, los años transcurren con una velocidad vertiginosa para el escultor; en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla obtiene un preciado galardón: la Medalla de las Academias, era ésta la primera de muchísimas y variadas condecoraciones que recibiría Antonio a través de su vida.

Once años fueron suficientes para que el artista se comprometiera con la primera de sus obras inolvidables: un Cristo tamaño natural, según sus propias palabras “tallado en un árbol”; esta obra fue donada al Convento de las Hermanas de la Cruz, muy cercano a su casa, en la misma calle. El valor de esta obra es esencialmente sentimental ya que, además de marcar el punto de partida de la producción artística de Antonio posee, sobre todo, la carga emocional de un momento doloroso en la vida del jovencísimo artista.
Ilusionado se entregaba diariamente a su trabajo en el tiempo libre del que disponía, cuando no cumplía con sus horas de estudio en la Academia; sin embargo, todo el entusiasmo del pequeño escultor debió recibir una gran descarga de amargura cuando su madre enferma le confió que ella viviría para ver terminado el Cristo, pero no mucho más. Así, al finalizar la talla, la madre de Antonio falleció.

Entonces llega el momento en que, por primera vez, sus hermanas tienen que “crecer” para convertirse en madres sustitutas del joven artista. Tomaron ellas una crucial decisión sobre el futuro de su hermano.
Alrededor del año 1892, el ya mencionado Cardenal Espínola, quien estaba al tanto de las particulares dotes artísticas del niño y de sus admirables progresos como escultor, decide que es conveniente para éste continuar su carrera en Madrid donde, bajo la protección de una noble dama prominente y amante de las artes, Antonio continuaría sus estudios.









MADRID

Por primera vez, y como un hombre en miniatura, Antonio viste chaleco, guarda el dinero que sus hermanas le dan “en caso de una emergencia” y sube solito a un tren que lo lleva a su nueva vida.

La España de ese momento histórico vivía una tensa calma política que se había iniciado con La Restauración, establecida a través de la figura del Rey Alfonso XII, a la cabeza de una Monarquía Parlamentaria que, a partir de 1885 recaía en los hombros de la reina María Cristina, regente desde la muerte de su esposo. Sin embargo, fuertes alteraciones sociales perturbaban el ambiente a causa de una creciente crisis económica que, en el año 86 desencadenó un paro obrero. Descontento y desconcierto desembocaban, incluso, en preocupantes atentados anarquistas.
La capital se encuentra inquieta y animada por estudiantes que llenaban los cafés con sus conversaciones sobre política y derechos sociales para distraer el hambre y el letargo que se apoderaba de la ciudad a causa de las huelgas. Madrid ventilaba su descontento a los cuatro viento;, Madrid en plena ebullición y Antoñito llegando a la estación donde no encuentra ningún rostro familiar; solo, y con dinerito en el bolsillo se siente libre para correr una pequeña aventura y decide salir a caminar. Llega a un restaurante donde confunde la ansiedad con hambre, entonces pide “vino, escabeche, una tortilla y un formidable trozo de carne”, sin embargo, según sus propias palabras:

No pude comer aquella tarde, tenía como un nudo en la garganta. Dejé todo aquello y me fui al Teatro de la Zarzuela y cuando en el gran salón, en medio de centenares de espectadores que reían y gozaban, me encontré solo, sin poder comunicarme con nadie, dos gruesas lágrimas rodaron por mis mejillas.

Afortunadamente, antes de finalizar el día, Antonio había alcanzado su destino: la suntuosa residencia de la Duquesa de Sevillano y Condesa de la Vega del Pozo: María Diega Desmaissiéres y Sevillano, aristócrata y mecenas, opulenta y respetable dama, fue la mujer más rica de España en el siglo XIX.
Amparado por su protección, Antonio no sólo adquiere conocimientos artísticos a través de un reconocido maestro, el escultor Mariano Benlliure, sino que además se enriquece pasando “horas enteras devorando libros en las bibliotecas” y recibe la preparación necesaria para convertirse en un caballero acostumbrado a cenas formales, reuniones en los salones más exquisitos de Madrid y a conversaciones con la más rancia aristocracia.
Madrid, para Antoñito, adquiría dimensiones de otro mundo de configuración infinita e impredecible, lleno de actividad y de diversidad de gentes. Necesitaba tener mil ojos para ver y un corazón inmenso que abarcara la totalidad de nuevas sensaciones que ofrecía aquella gran ciudad donde dejó de ser un niño, casi de golpe, quizá un día en que notó que la mirada se le enredaba en los lazos y los encajes que adornaban a las encantadoras damiselas tan diferentes de las adustas y sobrias señoras de Sevilla.
Me imagino al artista adolescente que, más allá de darse por satisfecho con alcanzar a ver algún que otro tobillo femenino cuando las damas subían al tranvía, se dejó seducir por los misterios del cuerpo humano. ¿Qué fascinante viaje interior, mucho más allá de sus estudios de anatomía, debió realizar Antonio para tomar conciencia de los misterios del cuerpo humano? ¿Cómo se llevó a cabo el aprendizaje que lo sensibilizó para saber concentrar toda su atención en un determinado tendón que, mágico, aparece y un segundo después, es imperceptible a la vista? ¿Cuando descubrió las cualidades de una piel diáfana brillante a la luz del sol? ¿Cómo comprendió el movimiento interno que tensa y perturba la forma de una pantorrilla? ¿En qué momento conoció, Antonio, la morbidez de unas caderas desnudas o la aterciopelada elasticidad de un vientre femenino? ¿Cómo supo, Antoñito, de manos trabajadoras llenas de durezas y de espaldas rígidas y sudorosas? ¿Cómo asimiló las formas de caballos, de ángeles, de rasos? Porque cualquier cosa, cualquier ser, fuese carnal, puro espíritu o incluso exánime, era incapaz de escaparse de las manos de Antonio.

En su primera fase, la escultura de Antonio es más rígida ya que es muy detallista y la busqueda de la perfección es su constante obsesión. Interpretar la realidad de la manera más verosímil, parece ser su motivo primordial. (Correo electrónico, A. Ureña, 22/05/2008)

La Condesa modela al joven en educación y modales privilegiados que caracterizarán, durante toda su vida a Antonio; más aun, aconsejado por la dama, él decide imprimir un giro aristocrático a su apellido: el Rodríguez Villar original se convierte en Rodríguez “del” Villar, un apellido “compuesto” más sonoro, más pomposo, con más sabor artístico, aunque sirviera en tan pocas oportunidades para permanecer grabado en sus obras.
Data, probablemente, de esta época y motivado por su educación rigurosa y minuciosa, su energía incansable para el trabajo y su entrega constante y consecuente con el fin de dominar los misterios de aquel oficio que lo había convertido en celebridad prematura, merecedor de halagos, honores y respeto con los que él siempre supo manejarse de maravilla: creció con ellos y, si no fue un ejemplo de humildad, tampoco se sentía a gusto vanagloriándose: dejaba que su arte hablara por él.
Aprendió las virtudes de ser discreto y elegante presumiendo el orgullo que le proporcionaban sus mejores obras.


La capital era el espacio perfecto para seguir una carrera exitosa y convertirse en una celebridad en poco tiempo:

En Madrid lo tenía todo: cariño, estimación, dinero, perspectivas cercanas de llegar, sin grandes esfuerzos, sólo con dejarse conducir con cierta docilidad, a los cenáculos en los que la gloria oficial se concertaba (El Mundo de San Juan, Antonio Rodríguez…,21/06/1933)

Y era allí donde se encontraba el problema: en la “docilidad” de la que Antonio carecía.


El mundo de Antonio se albergaba, ahora, en espacios que sobrepasaban a Madrid. Su aprendizaje y sus lecturas lo llevaban a viajes aun más lejanos acompañado por Dante, Horacio y Virgilio, a pesar de que su espíritu, siempre españolísimo, se dejara conquistar, de por vida, por el Duque de Rivas cuyos romances y sonetos recordaba, todavía, perfectamente a sus noventa años:

“…

No profane mi palacioun fementido traidorque contra su rey combatey que a su patria vendió.Pues si él es de reyes primo,primo de reyes soy yo,y conde de Benaventesi él es duque de Borbón."Llevándole de ventaja,que nunca jamás manchóla traición mi noble sangre,y haber nacido español.

…”
Romance I,(fragmento) , Duque de Rivas)

Mozart, Beethoven y Schubert los tenía en su corazón, probablemente desde la época de Sevilla cuando siendo muy niño pidió a sus padres un violín. Wagner fue, seguramente posterior, sin embargo, no puedo imaginar una música que se ajuste mejor al aspecto grandioso de las esculturas y monumentos que realizaría en el transcurso de su vida, que la de óperas como Loengrin, Parsifal y Tannhäuser, que fueron sus predilectas.

Crecía Antonio, sevillano-madrileño y conservó esa naturaleza dual, no sólo en su arte sino en la forma de ver la vida: bohemio-aristocrático, clásico-amotinado, místico-sensualista. De este periodo, junto al gran maestro Benlliure, data un busto del Ministro Cánovas del Castillo y lo que en algunas entrevistas se describe como una “alegoría” y en otras como “retrato o “busto” de la Reina Regente María Cristina; ésas entre muchas otras obras que, probablemente él consideró sin importancia después de algunos años, ya que no existe documentación sobre ellas.

Así, la curiosidad que lo caracterizaba y la “docilidad” de la que Antonio carecía, lo motivaron a poner su mirada en Italia “prefiriendo la libertad, a la maternal exigencia de la dama [la Duquesa] que le imponía la dura condición de no salir de Madrid” (El Mundo de San Juan, Antonio Rodríguez…,21/06/1933)

Cuando le dijo a la Duquesa que se marchaba a Roma, que quería ir a la Ciudad Eterna, donde quería realizar su formación artística, la dama se limitó a advertirle con una mansa entereza que, si la desobedecía, no esperase nada de ella en el futuro, ninguna merced…(El Mundo de San Juan, Antonio Rodríguez…,21/06/1933)

Es éste el comienzo de un largo viaje que emprende Antonio, esencialmente impulsado por una necesidad espiritual impostergable:

Me asfixiaba en Madrid, quería volar, conocer otras tierras y otras gentes, beber la inspiración en las mismas fuentes del Arte… ¡Cómo soñaba entonces con Roma, la ciudad de los césares y los Papas, cuna de nuestra civilización (Periódico de Sevilla, 1940)

CAPITULO II - AMERICA, LOS AÑOS DE ESTUDIOS

CAPÍTULO II

LOS AÑOS DE ESTUDIO
(1898-1908)






ITALIA

En 1898, Antonio decide, inobjetablemente, establecerse en Roma durante un tiempo, con el fin de ampliar sus estudios. A partir de ese momento, el estilo de Rodríguez del Villar se establece firme, individual y perfectamente delineado:

Se enmarca en la contemporaneidad de los artistas europeos (españoles e italianos) orgullosos de pertenecer a una tradición NEO CLASICISTA fuera de los movimientos modernos [para la época]. Esta posición contrapuesta a lo Moderno, que denota una obra “REACCIONARIA” (entre comillas) es el eje esencial en España e Italia, fruto de situaciones y sensaciones por las cuales pasaba la sociedad, que también fueron el origen de maravillosas obras donde el orgullo clásico viene interpretado de una nueva manera. Actualmente vivimos un proceso de REHABILITACIÖN y de ESTUDIO de ese periodo.(Correo electrónico, Ureña, A.,28/05/2008)

El joven Antonio confirma, a través de su obra y de sus convicciones, un apego incondicional a la forma clásica: “Los griegos dijeron la última palabra”. Su posición se hace claramente opuesta al vanguardismo. Esencial y profundamente neoclásico, Antonio es drástico, calificando al impresionismo como “arte de efecto”…”el color seduce y fascina, llena muchos vacíos”, expresa. En ese momento se compromete completamente, y de por vida, con la escultura, donde el desafío de la forma ejerce una demanda particularmente intensa sobre el artista, para quien los límites de su creación, sólo le permiten moverse en una zona más estrecha y exigente, carente de la llamativa atracción con la que el color se impone sobre el observador.


A pesar de la desaprobación de la Condesa, Antonio no carecía de respaldos y apoyo cuando salió de Madrid: una beca de estudio e importantes cartas de recomendación firmadas por personajes del mundo de la nobleza y del ambiente artístico, aseguraban una cómoda estadía para el joven escultor en Roma.

Una vez establecido, continuó sus estudios de arte de una manera más integral: pintura, escultura y arquitectura, le proporcionaron las fuertes bases sobre las que trabajaría Antonio el resto de su vida. Desconocemos quienes fueron sus maestros y sus guías; sin embargo, es obvio que su acercamiento al mundo clásico pareciera colmar la insaciable sed de ver y experimentar las creaciones esenciales del arte clásico, al menos temporalmente, ya que éste es apenas el principio del viaje que realizaría el artista, posteriormente, más allá del continente europeo.
Fue en Roma, también, donde Antonio tuvo la oportunidad de sentirse absolutamente libre, por primera vez. Datan de esa época anécdotas juveniles que develan el carácter despreocupado de Antoñito y su, más que obvio, sentido del humor. Así, en una ocasión decidió recorrer junto a un amigo, las calles centrales de la ciudad en bicicleta a la mayor velocidad que les permitían sus piernas. El asunto no sería digno de contarse si no fuera por la particular ocurrencia de colocarse, ambos ciclistas improvisados, sendas pieles de animales salvajes, incluidas las cabezas con las amenazadoras fauces abiertas. La historia, relatada por Antonio, parecía nueva y fresca en todas y cada una de las ocasiones en que, entre risas y aspavientos, imitaba las expresiones de los peatones que pasaban del susto a la sorpresa para finalizar en la risa.
No era muy formal Antoñito, el joven escultor, quien residiendo como huésped en un encantador “palazzo” cuya tradición incluía un fantasma, decidió asumir el papel del fallecido “Cura Piccolo”. Durante una cena formal, decidió Villarín perturbó la paz del palacio, pintándose de blanco y vistiendo una sábana; para preparar el ambiente, emitió chillidos inquietantes antes de hacer su aparición ante los invitados: la reacción, según sus propias palabras, fue apoteósica.
Platos y copas volaron por los aires, lanzados por los comensales hacia la presencia, no tan etérea, del improvisado fantasma que, aporreado, golpeado y absolutamente sorprendido por el éxito de su fugaz aparición, no se atrevió a develar a sus anfitriones la identidad secreta del perturbador fantasma.

Más allá de las diversiones y del día a día de Antonio, es esencial un trascendental testimonio de la seriedad y el ahínco con que el joven artista se entregaba a sus estudios y a su arte.
En el año 1898, cuando apenas contaba 18 años, se llevó a cabo una selección entre escultores que, en ese momento se encontraban en Roma, para erigirle un monumento al fallecido Papa Pío IX, el comisionado para tal fin, era un caballero de origen peruano, José Sevilla, nombrado por los ex zuavos, para tal fin. Católico –más de convicción que de educación, como lo revelan algunos testimonios- para Antonio representó un orgullo y una inmensa distinción ser el elegido para la realización de este monumento que representó una experiencia única.
A continuación transcribo, textualmente, la breve narración contenida en un manuscrito de Antonio Rodríguez del Villar, explicando algunos de los ceremoniosos preparativos para la realización de la obra mencionada:

Mi humilde estudio en la Via Tassso, cerca de la Escala Santa de Santa María Mayor, fue visitado por sus Eminencias los Cardenales del Sacro Colegio. Sus Eminencias (Vicente V…, Serafino V…) me facilitaron las vestiduras para que me sirvieran de modelo para hacer la estatua de Pío IX. También tuve el honor de recibir a Monseñor B…, comisionado por Su Santidad para ver el monumento, como también el Padre Martín M…, de los Padres Jesuitas, e infinidad de personajes. Este monumento se pensaba colocar en una playa de Sinigaglia, ciudad donde naciera S.S. Pío IX, para lo cual visitamos a S.S. Pío X con el objeto de que nos indicara el lugar donde se colocaría el monumento y este Santo Varón nos dijo:
-Los santos están bien en la iglesia, y como S.S. Pío IX será quizás canonizado ¡Ponedlo en la iglesia!
-Y ¿dónde, Beatísimo Padre? – le preguntó don José Sevilla
- ¡En la Catedral de Sinigaglia!
Y cogiéndome de los brazos me levantó y dijo:
-¡Álzate, buen español!
Y así terminó esa audiencia que recordaré toda la vida.

Este escrito fue realizado muchos años después del hecho, en 1954, cuando a través de la prensa se notificaba la canonización de Pío X. Más adelante, en el manuscrito, Antonio continúa:

…como es natural, me produjo una gran emoción [la noticia de la canonización] que me hizo recordar aquellos momentos de mi juventud en que tuve la felicidad de comunicarme con un Santo en aquella época llena de ilusiones y de belleza, rodeado de un grupo de artistas: escultores, pintores, arquitectos y músicos que todos fueron célebres…

Italia como nación, contaba con algo más de 30 años, su estabilidad interna estaba sometida a graves problemas sociales y la débil imagen política que poseía el gobierno; además, sufría los embates de una Europa convulsionada donde las grandes potencias originaban una permanente tensión debida a sus ansias de poder. Pese a todo, se firmaban constantes acuerdos entre las naciones con la esperanza de mantener el respeto necesario para conservar la paz.

Durante sus años de estudio en Roma, Antonio viajaba a Sevilla a visitar a sus hermanas, sin embargo, París representaba una atracción constante para el joven escultor; París hacía sentir su influencia, no sólo económica, en la vida italiana; más allá de la política, imponía su huella artística a través del efervescente surgimiento de movimientos destinados a alterar los preceptos convencionales que hasta ese momento habían definido al Arte. Cómo no visitar aquél país en el que las enciclopedias escolares proclamaban: “La civilisation française s´étend a travers le monde entier”(La civilización francesa se extiende a través del mundo entero) (Histoire Critique…,1993, 10). Contrastar con esas nuevas ideas, las suyas era un asunto esencial para madurar y afianzar sus propios principios estéticos y sus conceptos sobre el Arte, en general:

De vez en cuando visita París para conocer las extravagancias, las audacias, las osadías del Arte revolucionario y asimilar el alma francesa.

Esas “extravagancias”, “audacias” y “osadías” estaban representadas por novedosos planteamientos artísticos que, desde París, trasladaban el enfoque de los nuevos movimientos estéticos hacia un punto de vista cada vez más alejado del Clasicismo, fuente de inspiración esencial de Antonio. Clasicismo que regulaba su técnica y sus convicciones sobre lo que la obra debía transmitir:

El Arte ha de llegar al alma de todas las mentes humanas y todo hombre ha de sentir la vibración de lo bello ante la obra que contempla (…)
El Arte puede llamarse así cuando deja en el espíritu del que lo contempla, un recuerdo imperecedero y que al evocarlo sienta la misma emoción.

Esta idea de Rodríguez del Villar, tan directa y claramente expresada, no deja de llamar la atención por su semejanza al planteamiento expresado por G. A. Aurier en el Mercurio de France (9/02/1891) al exponer los preceptos del Simbolismo: “Asimismo, esta creación artística debería ser subjetiva, decorativa y emotiva; debería provocar un “estremecimiento del alma”” (Pijoan, p.17). Este “estremecimiento del alma” ¿no se asemeja ampliamente a “la vibración de lo bello” y al “recuerdo imperecedero” tan intenso como para convertirse en “la misma emoción” con sólo evocar la obra de arte?

Sintiéndose esencialmente renacentista, Rodríguez del Villar mostró, a través de toda su creación, la absoluta subordinación de cualquier otro valor a la Belleza; sin embargo, en sus grandes monumentos o en sus trabajos decorativos – pertenecientes a su periodo más fructífero- donde podía permitirse una mayor libertad para la imaginación y la creatividad se observa una tendencia “ideista” y “sintética” propia del Simbolismo.
Es de suponer que, si bien en su estilo personal se observa una marcada tendencia neoclásica en la que “la belleza se considera una cualidad del objeto que nosotros percibimos como bello” (Eco, p.275); esto no impide que su obra incluya las influencias de otras tendencias. Es importante tomar en cuenta que Rodríguez del Villar no es un artista clásico y que su estilo no debe identificarse con el academicismo que constituiría un perfeccionamiento técnico alejado de la intensa sensibilidad, de la “emoción”, de la “vibración de lo bello”, “del estremecimiento del alma”. Es por ello que la rigidez de un personaje histórico, la técnica impecable a la hora de reproducir la exactitud de unos rasgos son, frecuentemente traicionados por una inclinación de la cabeza o por una sonrisa apenas dibujada que delatan la pasión de un escultor que “buscaba el alma de lo que modelaba”

Sin embargo, París era, desde luego, mucho más que estudio; el espíritu de Antonio, impulsivo y ansioso por vivir, por conocer y por saturar su existencia de experiencias, no contaba con más censura y más medida que la rectitud de sus propias convicciones y la moral que, amorosamente, le había sido inculcada en su hogar. Libre y desprovisto de falsos prejuicios –como lo fue durante toda su vida- la compleja sensibilidad de Antonio lo había impulsado a acudir, místico y casi etéreo, a la Plaza de San Pedro ante la primera bendición de Pió X; pero también había revuelto su curiosidad masculina y juvenil para que disfrutara en el Moulin Rouge del escandaloso baile del Can-Can. El principio de siglo en Europa, para un artista que rondaba los veinte años, daba espacio para todo eso y más…Existe un variado testimonio fotográfico que nos presenta, visualmente quién era aquel Antonio: bromeando en una representación dramática junto a sus compañeros; disfrutando en una reunión vestido de gala con un frac impecable, al estilo Place Vendôme y una espléndida sonrisa de “bon vivant” incorregible o en una plaza, delante de una fuente con una pose algo estudiada, sosteniendo en el brazo su gabardina y vistiendo una sencilla “americana” -denominación que, en aquel entonces, recibían las levitas cortas y que Antonio utilizó siempre para referirse a cualquier tipo de chaqueta.

Su maestro, Mariano Benlliure le escribe en 1901 agradecido por la felicitación que le enviara Antonio por su “entrada a la Academia”, expresando sus deseos porque se encontrara “completamente restablecido” –no sabemos qué mal pudo aquejar a Antonio en ese momento- y firma “tu amigo y maestro”. Y a pesar de que el maestro espera su regreso con gran cantidad de trabajo que ofrecerle y de que “mucho lo echa de menos”; Antonio toma la decisión de emprender un nuevo viaje que lo lleva en dirección opuesta a España.




ORIENTE


Alrededor de 1904; Antonio toma una nueva decisión en Italia:

Aquello me abrió el camino. Pero yo no me conformaba con estudiar el arte en Roma. Yo quería estudiar la escultura desde su origen y marché a Egipto; mis pasos recorrieron Luxor, las Ruinas de Menfis, las Pirámides milenarias. De allí pasé a Grecia. ¡Oh Grecia! El ideal de todos los artistas, la patria de Fidias y Praxísteles (Periódico de Sevilla,”Antonio Rodríguez del Villar…”, 1940)

Varios años duraría el recorrido de Antonio por Turquía, Grecia, Etiopía y Egipto que, a pesar verse en peligro de guerra en 1904, no intimidó al joven artista para ser un importante destino en su itinerario. No existe un registro detallado de su recorrido por Oriente, apenas algunas anécdotas de lo que fue un largo viaje, esencialmente de carácter académico. Es probable que tomara el Expreso de Oriente, medio de transporte tan frecuente en la época, para llegar hasta Turquía:

Cuando viajé a Oriente con el fin de contemplar y adquirir conocimientos de las hermosas obras griegas llegué a Atenas sin saber el idioma y sin encontrar a nadie que me sirviera de intérprete.
Entonces entré en una librería y por señas pedí las postales donde hubiese algo que me interesase.. Entonces se las di al cochero dándole a entender que quería visitar todos aquellos lugares. El buen hombre comprendió y, durante tres días no cesé de admirar aquellas maravillas.
Seguí visitando otras ciudades por el mismo procedimiento y, al cabo de un tiempo, ya había encontrado la manera de comunicarme con los demás.

A pesar de que Antonio viajaba solo, nunca le faltaron –ni en este viaje ni en ningún otro- relaciones, contactos valiosos, familias notables que lo hospedaran o lo presentaran a personajes de importancia. Aunque no perteneciera a una familia noble –a pesar de haber heredado un titulo de Conde de Torrijos, de un tío suyo-, sus amistades aristócratas fueron durante largo tiempo, fieles y constantes. El carácter dulce de Antonio y su constancia sembraban simpatías y afectos incondicionales que propiciaron el hecho de que su carrera de artista se convirtiera en su medio de vida; encargos proyectos, trabajos particulares y oficiales facilitaron su subsistencia en cualquier país donde se encontrara. Formalmente –tal como aparece en sus pasaportes- su profesión era la de escultor y salvo algunas temporadas de su vida en las que ejerció cargos diplomáticos, siempre vivió del arte. Reuniones, cartas de presentación, cenas…la vida social de Antonio formaba parte de su trabajo; difícil situación la de mezclar amigos con negocios, sin embargo está muy claro que era generoso con su cariño, además de afectuoso y expresivo: era un lujo que se permitía en su comportamiento con los más cercanos a su corazón con quienes no se sentía a gusto siendo, simplemente, simpático y agradable.

Mucho más fácil sería para los artistas renacentistas o para los pintores oficiales de alguna casa real; Antonio era un espíritu libre, lo fue hasta casi llegar a ser un anciano: la libertad y la independencia fueron en él características definitorias de su personalidad.

Sus estudios sobre anatomía y su búsqueda por ver y conocer de cerca todo lo que le interesaba lo llevaron a Etiopía con el interés de trabajar en la arcilla plasmando la belleza de los rasgos y las características anatómicas de una raza diferente. Este realismo al reproducir el cuerpo humano se convirtió en una huella personal a través de toda su obra, y si no contamos con los trabajos realizados durante esta etapa, basta con observar detenidamente sus indios cuyos cuerpos y rostros se apegan detalladamente a las características propias de esa raza.

Las impresiones de su viaje a Egipto, fueron particularmente inolvidables y son varias las singulares anécdotas, vividas por él durante ese recorrido.

Nunca pude satisfacer mis ansias de conocimientos artísticos con la sola contemplación de las obras maravillosas a través de libros y fotografías. Era para mí una necesidad el ver con mis propios ojos el Arte, herencia de la humanidad. Por eso sentía obsesión de ver las Pirámides y me dirigí a El Cairo. (Periódico de Sevilla,”Antonio Rodríguez del Villar…”, 1940).

Al no existir, en aquella época, caminos o rutas de fácil acceso hacia las Pirámides, Antonio debió contratar a un beduino que le acompañó utilizando el único medio de transporte que existía: fueron en sendos burros…y no sólo en una ocasión; ya que el caprichoso Antonio, a pesar de las dificultades que implicaba, anhelaba encontrarse, durante la noche, en aquel inigualable paisaje. Mucho más difícil fue encontrar un guía nocturno ya que las gentes del lugar temían la zona en la oscuridad, sin embargo el poder de convencimiento del joven fue, al parecer, irrefutable y allí se encontró Antonio “con una magnífica noche estrellada iluminando toda aquella magnificencia y en total soledad” , aunque me imagino que no muy lejos el aterrado guía se escondía de quién sabe que fantasmagóricas presencias o amenazas absolutamente terrenales.

Existe, también, testimonio escrito de su visita a la Tumba de los Bueyes de Apis:

En aquel tiempo las Tumbas estaban cubiertas por las arenas del desierto, pero un beduino, verdadero gigante de musculatura formidable, bello modelo para esculpir en mármol, me ofreció llevarme al lugar.
Llegados allá, me mostró una especie de brocal de un (…)tapado con una puerta. Bajamos por allí por unas escaleras talladas en la roca y pude ver la magnífica obra que es capaz de realizar la imaginación del hombre.

Y una brevísima narración ante el río Nilo:

Estando contemplando el Nilo en un atardecer, un sinnúmero de ideas acudían a mi mente, relacionadas con el pasado bíblico y como si esto hubiese sido una inspiración, se acerco a mí un hombre del lugar, con una silla. Extrañome aquella acción, y al preguntarle la causa me respondió: Siéntese, pues aquí fue donde encontraron la cuna de Moisés.

El recorrido de Antonio duró varios años, durante los cuales, probablemente regresaría a Europa y, seguramente, a Sevilla a visitar a sus hermanas; el apego que mostró posteriormente a ellas y el cariño entrañable y agradecimiento que transmitía en sus comentarios sobre era suficiente indicativo de qué tan importantes fueron en su vida.

Lamentablemente, Antonio Rodríguez del Villar nunca se sentó frente a un interlocutor a contar su historia que, incluso para sus hijos y su esposa, contenía espacios en blanco. A mi parecer una serie de factores influyen en estas omisiones, principalmente la naturalidad –más que humildad- que experimentaba Antonio ante los hechos de su propia existencia y la intensidad aunada a la extensión de esa biografía: constantes viajes, cientos de personajes célebres, obras que, a veces, omitía en entrevistas o en encuentros familiares y que alguno de sus hijos le recordaba.
Entre sus papeles una carta, fechada el 17 de marzo de 1906, es de utilidad para verificar la época en que se encontraba en Atenas, además de ubicarnos, someramente, en el ambiente que frecuentaba Antonio en esa ciudad. El nombre de quien firma la carta es ilegible, sin embargo el membrete: “Embajada de España, cerca de la Santa Sede” nos sugiere que el remitente pertenecía al cuerpo diplomático –así como la información que ofrece en la carta- su lenguaje es cálido amistoso y de mucha confianza con Antonio, lo que nos dice mucho sobre el ambiente que rodeaba al jovencísimo maestro del Villar en Italia. En el texto se hace mención a una carta anterior escrita por Antonio desde Constantinopla, sin embargo, la información más colorida y sugerente se cita, a continuación:

Al contestarle a ésta [la carta enviada desde Constantinopla] le ruego vaya al Hotel Victoria y pregunte por la Princesa Aristardi, a primeros de enero tuve una postal de su hija Melek que me daba esta dirección en Atenas. Como quería escribirle extensamente, no lo he hecho. Si están ahí, véalas. Melek habla muy bien el español, como el italiano, el inglés, alemán, ruso, turco, griego y no sé cuántas lenguas más. Han vivido en Roma muchos años y son amigas mías desde la otra vez en que yo vine de Agregado a Roma. Cuénteles cosas mías y esto les valdrá más que una carta(…)El marido de la Princesa fue, durante muchos años, el Gobernador de la Isla de Samos (Carta, 17/03/1906)

¡Cuántos personajes como esta Melek que no se sabía “cuantas lenguas” hablaba, conoció Antonio en sus viajes! Princesas, personajes legendarios, cardenales, presidentes artistas, héroes de guerra, personajes históricos poblaron su mundo, acercándosele y posando para él.

Durante su recorrido, Antonio fue un afortunado al poder conocer “esos clásicos lugares que según prosaica gente no compensan las molestias del viaje y lo inconfortable de la residencia” (Carta, 17/03/1906). Visitaba esos lugares y en la misma medida en que aumentaban sus conocimientos lo hacía su curiosidad y su deseo de conocer más.

No hay testimonios de la obra que haya realizado Antonio durante estos años, probablemente bustos de encargo particular o esculturas y tallas de pequeño formato que, sin duda, le ayudarían a continuar su viaje pero sobre las cuales él no menciona –quizá por considerar de poca importancia o por olvido- como parte de su obra, en general.

Al finalizar este recorrido de estudios vuelve a París, donde permanece por poco tiempo, para partir de nuevo a Roma. Probablemente en 1908 recibe una proposición para irse a México con el fin de realizar parte de la decoración escultórica del Teatro Nacional, idea que debió parecer fascinante a Antonio, siempre ansioso por conocer nuevos horizontes útiles para sus necesarios estudios sobre la civilización y la anatomía indígena.
CAPÍTULO III

AMÉRICA, POR PRIMERA VEZ
(1908-1915)





MÉXICO

De nuevo nos encontramos con escasa información sobre Antonio. No existen documentos fotográficos sobre su trabajo en México, ni especificaciones acerca de la obra realizada o sobre el área del la edificación en la que realizó su trabajo. Probablemente, la contratación no se llevó a cabo directamente; en esa época, los artistas trabajaban grandes obras en grupo o para talleres de renombre que llevaban a cabo la obra. De cualquier manera, sólo sería posible identificar o, por lo menos, realizar un estudio comparativo mediante una observación directa y minuciosa de la decoración del Teatro, en general, para establecer una relación entre ésta y los trabajos de escultura decorativa realizados por Antonio.
Sin embargo, poco tiempo permanece Antonio en México, a principios de 1909, lo encontramos ya en Estados Unidos donde permanecerá alrededor de seis años.



ESTADOS UNIDOS

Como sucedía, generalmente, Rodríguez del Villar manejaba los obstáculos con inteligencia y practicidad; Nueva York fue la ciudad donde decidió establecerse y allí busco la forma de solucionar un molesto inconveniente: el idioma. Con la idea de resolver este problema lo antes posible, compra un diccionario y un ejemplar de las Obras Completas de William Shakespeare, por supuesto, en inglés; fue así como adquirió sus conocimientos esenciales en la nueva lengua que fue perfeccionando a través de la práctica.

Comienza aquí la etapa de incansable y constante creación de Antonio que no se detendrá, prácticamente, hasta los últimos días de su vida: “Estas manos mías sólo hallan el descanso y la felicidad en el barro de sus creaciones”

Según sus propias palabras, Antonio viaja a Nueva York para “realizar un trabajo encargado por medio de unos amigos”, sin embargo su ingenio y las circunstancias fueron propicias para que su llegada a la ciudad fuera motivo de revuelo.
Tres días antes del aniversario de la muerte de Abraham Lincoln, Antonio encontraba hospedaje en la casa de unos conocidos, eran días fríos y en particular la última nevada había sido intensa; entonces surge, en él, la idea de modelar, allí mismo, un busto del ex presidente. Así, mientras unas jóvenes le ayudaban amasando bolas de nieve, Antonio iba modelando el busto. Al verlo trabajar, las personas que pasaban corrieron la voz y al cabo de un rato se formó una larga fila de curiosos que duró todo el día; tantos fueron los admiradores de la obra que fue necesaria la policía para preservar el orden. Tres días duró la obra perfecta, impecable ya que en ese tiempo no llovió ni nevó pero la helada fue tan intensa que sirvió para conservar el busto “con el aspecto y la contextura del alabastro”, según palabras del propio Antonio. Durante esos tres días, el público fue constante, incluso se habló en los periódicos sobre el acontecimiento, absolutamente insólito para la época. Antonio había manejado sabiamente una fantástica estrategia publicitaria: aquel suceso le valió una considerable cantidad de encargos.

De allí en adelante, no sólo fueron útiles relaciones y contactos, con el paso del tiempo Antonio iba adquiriendo cierta fama a causa de sus obras y, al llegar a cualquier ciudad, importantes periódicos lo entrevistaban y realizaban resúmenes de su vida y obra. Son muchos los documentos periodísticos que han llegado a mis manos, los cuales se inician con la frase: “Nos visita el reconocido autor del Monumento de Carabobo…” o “Durante una breve temporada fijará residencia en nuestro país el célebre escultor Antonio Rodríguez del Villar…”. Esas publicaciones no sólo sirvieron como medio de publicidad útil para Antonio durante su vida profesional, al pasar el tiempo, se han convertido en una esencial fuente de información para descubrir información y para entender muchos aspectos sobre la personalidad y la trayectoria de Antonio Rodríguez del Villar.

En el año 1909, Antonio realiza uno de sus trabajos más cercanos a su corazón; aunque no poseen la grandiosidad de sus monumentos, los Doce Músicos Sagrados, tallados en roble para el Coro de la Catedral de San Juan el Divino en Nueva York; representan una exquisita demostración de la delicadeza con que Antonio supo trabajar la madera. El encargo, al parecer, no le fue realizado directamente sino a través de la firma de John Barber & Company.

La Guía de la Catedral, publicación que muestra una explicación detallada sobre la decoración de la hermosa edificación, especifica:

The Choir Stalls, rising in three tiers on each side of the Choir proper, were designed by Hems and La Ferge from studies of the stalls in the Cathedral of San Domenico, Taormina, Sicilia. They are of oak and were made by the John Barber Company, of Philadelphia. The finials of the stalls are figures of great musicians and composers of church music, represented in the costumes of their day.
(Las Sillas del Coro, que ascienden en tres niveles a cada lado del Coro, propiamente dicho, fueron diseñadas por Hems y La Ferge, a partir de estudios sobre las sillas del Coro en la catedral de San Domenico, Taormina, Sicilia. Estan fabricadas en roble y fueron hechas por la Compañía John Barber de Filadelfia. Los extremos de las Sillas están rematados por figuras de los grandes músicos y compositores de música sacra, representados en los ropajes de su época)

Los músicos que componen esta decoración son: David, Asaph, Santa Cecilia, Palestrina, Purcell, Haydn, Mendelsohn, San Gregorio el Grande, Talus, Bach, Haendel y Bertniansky.

La detallada minuciosidad del trabajo no sólo en las proporciones sino en la posición, expresión y detalles de los ropajes de los personajes refleja, además del cuidado, la destreza y perfección con que Antonio dominaba la talla en madera, respetando la textura y delicadeza del material; todo ello a pesar de que, lamentablemente, fueron pocos los trabajos realizados por él en este material y, apenas este grupo de Músicos, el único que menciona el autor y del que poseo un respaldo fotográfico enviado por el Archivista Episcopal de Nueva York.

A partir de esta época, existe una descripción más detallada de la obra de Rodríguez del Villar: nombre y ubicación de las esculturas y, en muchos casos, anécdotas y descripción de la realización de algunas de las obras, así como documentación fotográfica. Toda esta información, transmitida a través de sus breves notas o, la mayoría, en periódicos; además de lo que él mismo comunicaba en sus conversaciones.

Comienza en Estados Unidos la producción de una serie de bustos inolvidables para el escultor, entre ellos: busto del Presidente Taft, del banquero Pierpont Morgan y un tercero del célebre héroe japonés de la Batalla de Port-Arthur, el Almirante Togo (1911), que sólo posó siete horas para Antonio, al encontrarse de paso por Nueva York. Lamentablemente no existe documentación o testimonios sobre la posible ubicación de estas esculturas, lo que ameritaría un intenso trabajo de investigación que permita su localización.

Un busto del General Santander así como el de George Washington fueron realizados para el Palacio de la Unión Panamericana

La Sociedad Hispánica realizó el encargo de un busto del pintor Joaquín Sorolla, cuya copia mereció Medalla de Plata en la Exposición de Valencia, España.

En una de sus entrevistas, Antonio hace mención a un Monumento a la Paz Universal, del que existía una maqueta y que se planificaba realizar en Estados Unidos, sin embargo no existe más información sobre éste.

Fueron intensos en acontecimientos los años que vivió Antonio en los Estados Unidos, inquietudes sociales, descontentos políticos y económicos. Sin embargo fue allí donde, por primera vez acude Antonio al cinematógrafo, donde tiene noticias sobre el Cubismo y el Futurismo
La tendencia al exceso está perfectamente marcada a lo largo de la historia pero es en el siglo XX cuando la expresión de lo excesivo y el ansia por transigir los límites de la sociedad burguesa se magnifican hasta el paroxismo. Es con la llegada de las primeras vanguardias que el arte rompe todo lo inimaginable tanto a nivel estético como ético.
El giro lingüístico que tanto repercutió en la filosofía y en pensamiento a finales del siglo XIX sirve de base y complemento ideal a todos los avances técnicos y sociales que dieron lugar a que cubistas, surrealistas y dadaístas fragmentaran el lenguaje formal del arte y su aparato conceptual. (Artelista.com Boletín número 116)

Se encuentra en América cuando el centro del mundo comienza a desplazarse y se aparta de Europa que a partir del inicio del siglo es más “complementaria que concurrente” (Histoire Critique…, 1993,10). El nuevo continente no aleja a Antonio de huelgas y desconcierto social que años antes había propiciado, también, un magnicidio en Estados Unidos. Incluso rumores del fin del mundo, vivió Antonio en Nueva York

May 19: HALLEY’S COMET BRUSHES EARTH WITH ITS TAIL (banner headline of the newspaper); 350 American astronomers keep vigil; Reactions of fear and prayer repeated; All night services held in many churches; 1881 dire prophecies recalled by comet scare. (http://spiderbites.nytimes.com/free_1910/index.html)
(Mayo, 19:EL COMETA HALLEY ROZA LA TIERRA CON SU COLA (titular del periódico); 350 astrónomos americanos se mantienen vigilantes; reacciones de pánico y oraciones se repiten; se mantienen servicios nocturnos durante toda la noche en muchas iglesias; se recuerdan 1881 profecías graves sobre el pánico del cometa)

Intensos recuerdos conservaba el escultor referentes a este hecho y al pánico que se apoderó de la población: “…y yo, pues que iba a hacer…pensaba que hasta ese momento había vivido una existencia maravillosa…”. Hubo quien se suicidó, quien pasaba los días en las iglesias en señal de arrepentimiento, quien obsequiaba dinero y pertenencias; Antonio, como siempre, impredecible, tomó partido por lo que de provechoso podía brindarle la oportunidad y comenzó a interesarse primero, y luego a investigar sobre astronomía que, en área de las ciencias, se convirtió en su pasión; incluso, años después, ofreció algunas conferencias, en Venezuela, relacionadas con sus estudios sobre los astros además de haber sido nombrado miembro honorario de la Sociedad Astronómica Hispanoamericana.

Aunque vivía, Antonio, permanentemente seducido por el mundo real que le rodeaba, quizá su temprano contacto con la muerte a través de la pérdida de sus padres motivó en él un especial interés en temas que tenían que ver con el mundo espiritual, la comunicación metafísica y todo aquello que careciera de una justificación científica. Hombre de fe intensa, su actitud no consistía en cuestionar sino en complementar sus conocimientos y, muy particularmente en obtener respuestas a fenómenos, aparentemente inexplicables. Sociedades espiritistas, congresos y estudios psíquicos avalados por importantes científicos como William Crookes y Russel Wallace adquirían particular importancia en esa época, sin embargo, a pesar de asistir a las sesiones de los más reputados “mediums” de Nueva York, confesaba no haber salido nunca realmente convencido de la veracidad de las comunicaciones metafísicas que observó; charlatanes y oportunistas recibían grandes sumas de dinero por lo que terminaban siendo “efectos especiales”, ayudantes escondidos y personajes encubiertos que investigaban la vida de los incautos.
Sin embargo, durante toda su vida se sintió un hombre especialmente sensible a los asuntos metafísicos; precisamente de su época en Nueva York data una particular anécdota, referente al tema. Su larga estancia en esa ciudad fue propicia para establecer, como era costumbre en él, lazos amistosos profundos y trascendentales en especial con un joven hijo de una prominente familia de banqueros judíos. Al viajar el joven a Europa, en unas vacaciones, sufrió un grave accidente en el que murió instantáneamente. Antonio relataba como, estando él en Norteamérica a cientos de kilómetros de distancia, recibió claramente un mensaje de su amigo que al momento de morir le pidió que fuera con sus padres para prepararlos y confortarlos para el momento en que recibieran la noticia de su muerte. Así lo hizo Antonio, sin dudar ni un momento de lo veraz del mensaje. Rodríguez del Villar lo relataba así, naturalmente, y comentaba no haber necesitado más prueba para realizar esa desagradable misión que la convicción de que aquélla era , sin duda alguna, la voz de su amigo; incluso comentaba, después de un solemne momento de seriedad que la pareja agradeció profundamente su compañía y unos meses después ofrecieron “adoptarlo” ya que no tenían herederos de su fortuna y el cariño los había ligado entrañablemente a Antonio, después de ese comentario volvía dibujarse su sonrisa y terminaba por decir que no podía aceptar ese tipo de regalos y menos cuando le faltaban tantas experiencias por vivir y tantos lugares por recorrer.

En el año 1914, Antonio se encuentra en San Francisco, California participando en una exposición en esa ciudad, sin embargo su presencia allí se debe a que nuevamente realiza un trabajo de decoración en el frontis de la Basílica de la Misión de Dolores. Una vez más, Antonio trabaja como escultor ornamentista, al igual que lo hizo de niño, en el Ayuntamiento de Sevilla y en el Teatro Nacional de México; este tipo de trabajo lo realizará en dos oportunidades más: en la Escuela Normal de Santiago de Veraguas, en Panamá y en el Salón de Actos de Colegio Bartolomé en Colombia.

Un año más permanece en Estados Unidos donde realiza trabajos de menos importancia: bustos, relieves, fuentes. Antonio cuenta ya con treinta y cinco años; lamentablemente carecemos de información sobre sus aventuras sentimentales durante estos años, sin embargo obviamente no ocurrió nada trascendental hasta este momento; amistades y trabajo ocupaban su tiempo; sin embargo la necesidad de realizar trabajos de fundición en Barcelona, España, lo motivan, una vez allí, a hacer contacto con personalidades de la ciudad, además, en el fondo de su corazón siempre había albergado la idea de casarse con una catalana.

CAPITULO IV- EN BUSCA DE ESTABILIDAD

CAPÍTULO IV

EN BUSCA DE ESTABILIDAD
(1916-1927)




ESPAÑA

Tratados y convenios no sirvieron sino para que los países europeos se alinearan fortaleciéndose para convertirse en poderosas alianzas capaces de imponerse con el fin de lograr sus objetivos:

Cuestiones todas que, barajadas con grandes dosis de nerviosismo, provocación e intransigencia, al empuje de una problemática nueva: la industrialización y el obrerismo, que se sentía más como un alud invisible que como una presencia evidente, fraguarían una contienda bélica de unas proporciones hasta entonces desconocidas y cuyas calamitosas circunstancias alumbrarían en el hombre europeo una visión apocalíptica del mundo que inauguró, como se dice hoy, una interrumpida sucesión, en cadena, de aniquilamientos...(Gil-Albert,1974,p.270)

El creciente nacionalismo y el exacerbado colonialismo entre potencias europeas fue aumentando el “odio al vecino” que motivó el estallido de la guerra; España, como sucedería posteriormente en la Segunda Guerra Mundial, permaneció neutral; a pesar de que también había sufrido su cuota de violencia: en 1912 había sido asesinado el Presidente de Gobierno y la Barcelona a la que viaja Antonio, estaba política y socialmente agitada.


Antonio trabajaba en el estudio de un reconocido retratista catalán de la época Juan Flo. El lugar tenía grandes ventanales desde los cuales se veía el ir y venir de alumnos y maestras de la escuela francesa, cuyas ventanas también daban al taller. Desde su lugar de trabajo, todos los días, Antonio contemplaba a una joven cuya singular presencia le llamaba poderosamente la atención: alta y “garbosa”, llegaba puntual, cada mañana y Antonio, vencido por el enamoramiento la seguía con la mirada hasta perderla de vista: aquello fue suficiente para que Antonio le enviara un inmenso ramo de flores, con una tarjetita en la que le pedía conocerla. El apasionado arranque no tuvo la recepción esperada; la joven devolvió las flores, sin mediar palabra, ofendida por aquel atrevimiento por parte de un caballero a quien nadie le había presentado; aquello, naturalmente despertó en Antonio, aún mayor pasión.
Elvira, que así se llamaba la joven, Llobet Rabasa, para más aclaración de su catalanísimo origen, lo había visto alguna vez con su guardapolvo sucio y lleno de barro: ¿a que trabajos poco delicados se dedicaría con aquella ropa tan manchada y poco prolija?

- Es escultor, señorita Llobet, famoso en muchos países; sus obras se encuentran alrededor del mundo y trabaja conmigo en el taller como profesor y como escultor.

Fue necesario que el maestro Flo, hombre mayor y persona respetable, hiciera las veces de mensajero para el desesperado Antonio que, desde aquel día no tuvo ojos para otra mujer. Elvira, por supuesto, acepto los galanteos de Antonio que primero la hicieron sentirse halagada y unas cuantas semanas después, profundamente enamorada, según sus propias palabras: “ aquel hombre de mundo famoso culto, elegante y encantador me deslumbró”; tanto que Antonio apuró el compromiso, habló con los padres de Elvira y tres meses después, un 25 de diciembre, la convirtió en su esposa:

Antonio y yo nos casamos en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, hace justamente 55 años, y nuestra luna de miel, a pesar de las contingencias de la vida, no ha terminado todavía. Hoy somos tan novios como entonces. (Valencia ciudad industrial, “Balcón del cronista de la ciudad”, 21/09/1971)

Y cualquiera que los conoció esos cincuenta y cinco años después podía dar testimonio de esas palabras al verlos sonreírse con complicidad durante sus frecuentes partidas de ajedrez o de Scrabble, o cuando veían la televisión tomados de la mano o cuando ella ponía la mesa formal y hermosa, siempre, porque él disfrutaba de aquel ritual con servilletas de encaje y mantel bordado y se sentaban uno frente al otro “porque los esposos no deberían sentarse uno al lado del otro, frente a frente pueden mirarse a los ojos”.

Elvira era una joven maravillosamente educada, Antonio había tenido una fantástica intuición al fijarse en ella. Mujer de una educación impecable, sabía comportarse en cenas y reuniones con modales exquisitos, escribía poesía y se encargaba del periódico de la escuela; por supuesto, hablaba un francés delicioso y además contaba con una voz de soprano que había sido educada por reconocidos profesores desde su infancia. Años después Antonio organizó una hogareña e íntima orquesta en la que tres de sus hijos se dedicaban al violín, el piano y el violoncelo, mientras que Elvira llevaba, literalmente, la voz cantante. Era una mujer elegante y a pesar de su poca edad sabía llevar la ropa formal y de gala, maravillosamente. Delgada –aunque no en exceso porque, de haber sido así, jamás habría llamado la atención de un hombre absolutamente enamorado de las formas femeninas- y alta, excedía en estatura, por unos cuantos centímetros, a Antonio. Era, sí, algo seca de carácter, y poco cariñosa – lo que Antonio aceptó como un reto; él, excesivamente afectuoso y apasionado, a lo largo del tiempo, pudo contagiarle algo de su expresivo carácter andaluz. Sus facciones delataba sus antepasados sefardíes y sus ojos negros, maravillosamente expresivos eran el principal adorno de su rostro, junto a su magnífica y sedosa melena oscura. Antonio había encontrado a la esposa perfecta.

El recién casado trajo a sus hermanas de Sevilla para que ayudaran a Elvira en los quehaceres de una maravillosa casa que decoró y arreglo, con todo el amor para su esposa. Ellas le enseñaron a cocinar – arte que ella no dominaba, dedicada, como había estado siempre, a sus estudios y a su trabajo de maestra, sin embargo, como todo en lo que ponía un empeño especial, Elvira llegó a dominar el arte culinario con la habilidad de un gran chef. Era una joven adelantada para su época, estudiosa, preparada y trabajando en la calle por puro gusto y distracción, había leído muchísimo y, si no había viajado como Antonio –cosa un tanto difícil para cualquier persona ordinaria de la época- era capaz de sentarse a hablar largas horas con él y escucharlo, aconsejarlo y ser su mejor confidente. Una mujer convencional jamás hubiese servido para compañera de Antonio.


Antes de finalizar la Gran Guerra, Rodríguez del Villar había recibido su primer encargo para realizar un trabajo en Hispanoamérica a través de don José Sevilla, quien años antes había sido el representante de los ex zuavos para el monumento de Pio IX.
Unos meses después de su matrimonio, Elvira quedó huérfana, sin embargo el amor de su esposo y el cariño de sus cuñadas sirvieron de apoyo a la joven que, ilusionada con el pronto regreso de su esposo de América, se quedó en España en espera del nacimiento de su primer hijo.





COLOMBIA

“Papá, soy Álvaro”
Esas tres palabras notificaron a Antonio, a través de un telegrama, que había nacido el primero de sus hijos en Octubre de 1918. Como lo hiciera, con los que vinieron posteriormente, fue bautizado con tres nombres, en este caso: Álvaro Antonio (como su padre) Alfonso como su padrino que casualmente se llamaba como el Rey de España, lo que complació al monárquico escultor.

Antonio Rodríguez del Villar era ya conocido en América lo que aprovechó el artista para tomar la decisión de mudarse con toda su familia a Colombia; la aventura, todavía, podía más que su promesa de estabilidad. Era inevitable que aquella familia, bajo el signo de Antonio, estuviese condenada a estar muy lejos de ser convencional. Elvira acepto, a gusto, las pautas de Antonio; siempre seducida por la modernidad, el hogar y los hijos no conocían más disciplina que el respeto y las buenas costumbres. La Psicología y las nuevas tendencias de la Pedagogía eran las mejores guías para la joven madre siempre estudiosa de las últimas teorías; Antonio, la mejor guía que encontró para educar a sus hijos fue el amor y la felicidad de disfrutar de una gran familia largamente deseada.

Regresó a España pero sólo para cerrar la casa y arreglar el traslado a Colombia, donde establecieron su hogar hasta el año 1929. Era aquél un espacio ideal para el desarrollo del trabajo de Antonio. Un país nuevo, ávido de conquistar el respeto y el reconocimiento internacional. El arte, en ese momento, constituía un elemento valioso para consolidar las raíces y consolidar su imagen como una nación que se impulsaba hacia el progreso.

La elección de escultores españoles durante las décadas de 1920 y 1930 para realizar monumentos conmemorativos y para enseñar en la Escuela responde a la resistencia del medio artístico oficial a las vanguardias europeas. Rafael Tavera, profesor de la Escuela, justifica esta elección: “Aquí en Colombia se impone una orientación hacia España en cosas de arte, sobre todo al tratarse de una interpretación escultórica de nuestros hombres y hechos. La psicología de la raza así lo pide, nuestras cosas son cosas de España, nuestras afinidades son más grandes de lo que a primera vista aparecen, los artistas íberos están en mejores capacidades de comprender nuestra idiosincrasia y llevar a forma plástica nuestros genios y glorias” (http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)

Muchas fueron las oportunidades en que Antonio se enorgulleció de establecer una comunicación clara y directa con el alma hispanoamericana, de entenderla, lejos de ser un obstáculo, su hispanidad lo conectaba con un sentimiento y una pasión que por su condición de español no le eran ajenos. En Colombia comienza a estudiar sobre la gran empresa que significó la Independencia de los países suramericanos, en Colombia es por primera vez seducido por la arrolladora personalidad de Bolívar.



La técnica de Antonio para trabajar el rostro humano se había perfeccionado a través de la práctica durante años; desde su infancia y, sobre todo, durante su permanencia en Estados Unidos, representando, incluso, su medio de vida.
Son cientos los bustos que Antonio realizó y de los que no poseemos fotografías, ni siquiera son nombrados por él en alguna de sus entrevistas cuando menciona sus obras. Sin embargo, en todos y cada uno de ellos se esmeraba por reproducir algo más que las facciones del personaje; citando de nuevo a su esposa “buscaba el alma de lo que modelaba”.

No le satisfacía la perfección material de su obra o el parecido extraordinario al modelo, buscaba que su obra reflejase algo interno. Trataba de buscar en la expresión de los ojos, en el rictus de su boca, en las líneas faciales, algo que descubriese la intimidad del personaje y el carácter de quien era modelado. Por eso decían, frecuentemente, que sus obras “hablaban”.

En 1920 establece su hogar en Bogotá con su familia; desde donde, no sólo el escultor sino la familia entera, viajaba constantemente a Europa. Antonio, además, visitaba diversos países de América, con frecuencia, por motivos de trabajo.
Comienza, entonces, el “Período de los Monumentos” y las esculturas conmemorativas.
Comment commémorer un évènement politique, un personnage historique, mettre en gloire faits et personnes, perpétuer le souvenir d'une présence - d'absence - témoignant de ce que nous avons perdu ?… La création d'une œuvre commémorative se doit de répondre à cette question tant du point de vue artistique, plastique et esthétique, que symbolique, historique et sociologique.( http://www.ac-reims.fr/datice/artsplastiques/pedagogie/sculpturecommemorative.htm).
(¿Cómo conmemorar un acontecimiento político, un personaje histórico, glorificar hechos y personajes, perpetuar el recuerdo de una presencia –de ausencia- atestiguando sobre aquello que hemos perdido?... La creación de una obra conmemorativa debe responder a esa pregunta tanto desde el punto de vista artístico, plástico y estético así como simbólico, histórico y sociológico.)
En Colombia, estos años 20, son época de protestas, huelgas y descontento laboral, en la que los obreros se sentían abusados por la falta de una Ley del Trabajo que los protegiese; la actitud indiferente de un gobierno conservador terminó por conducir la situación hacia una crisis que en 1928 dio lugar a la “Masacre de las Bananeras”. En esa época algo convulsionada, conoce Antonio al poeta Guillermo Valencia, hombre y político respetado en Colombia. Se establece una animada amistad entre ambos personajes que compartían paseos, opiniones y gustos artísticos, el poeta incluso orientó y brindó ideas a Antonio cuando preparaba el proyecto de un monumento al poeta José Asunción Silva.

Antonio recordaba una ocasión, en particular, cuando salió con su amigo Valencia, de paseo; en la ciudad había disturbios callejeros y decidieron alejarse hasta las afueras. Entre tantos temas, comenzaron a hablar de sus esposas, el poeta le comentó que la suya se encontraba en Popayán, y que la extrañaba en todo momento porque la amaba profundamente; expresó entonces, al amigo escultor, su deseo de que le hiciera un busto para inmortalizarla. Apenas un par de días después, Antonio supo, por la prensa, que doña Josefina Muñoz, esposa de su amigo, acababa de fallecer. Inmediatamente, el artista se trasladó a Popayán y sacó una mascarilla de la difunta, en ausencia de su esposo. A continuación copio textualmente el telegrama de agradecimiento que el poeta envió a Antonio, desde Popayán, al recibir la reproducción escultórica del rostro de su esposa:


República de Colombia
Telégrafos Nacionales


N° 1636

Popayán, 20 Diciembre, 1921

Señor Maestro Antonio Rodríguez Villar

Acaba llegar lápida. Sin palabras agradecerle ese gentil tributo. Nunca había sentido el arte tan cerca de mi corazón. Su genio artístico hame devuelto a mi compañera resucitándola dormida. Sólo un amigo artista como usted, ha podido plasmar impregnando el mármol de Melancolía. Lo abraza de veras su admirador agradecido.

(Fdo.) Guillermo Valencia




La escuela europea, de finales del siglo XIX a principios del XX, en la que se forma Antonio se caracteriza por el desarrollo de una escultura conmemorativa de origen francés que, como ya hemos expuesto, tuvo uno de sus máximos exponentes en España, a través del trabajo del maestro Mariano Benlliure, profesor de Antonio. Los países suramericanos van a desarrollar el gusto por este tipo de monumento con una intensidad particular en la época en que Antonio se establece en Bogotá.

Los héroes y las batallas de la Independencia fueron el principal motivo de representación. Uno de los principales objetivos de la organización y ornamentación de la ciudad era lograr el reconocimiento “oficial” de la Independencia del país por parte de otros países, para lo cual había que demostrar el nivel de “civilización” de la nueva República, de acuerdo con la imagen de las principales ciudades europeas. Asimismo era un instrumento didáctico para crear en los habitantes –la mayoría analfabetos- parámetros de identidad, también dentro del espíritu republicano. (http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)

Esculturas conmemorativas como la erigida a Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá se convierten en encargos habituales de Rodríguez del Villar. Su realización se llevó a cabo en el año 1922 y representaba al personaje vestido con una armadura, con un estandarte en la mano izquierda y la espada desnuda en la derecha. El pueblo lo bautizó con el nombre de “El Candelero” y al igual que otras esculturas, no sólo de Rodríguez del Villar sino de otros muchos escultores, fue removida de su espacio original. Tanto en este como en otros casos, este hecho, al parecer, era motivado por intereses políticos o a causa de remodelaciones o cambios de gusto y de moda.

En el año de 1923 Antonio establece una importante y constante relación con el gobierno español, lo que motivo su nombramiento como Agregado Cultural, encargado de establecer relaciones de intercambio entre los dos países y de otorgar becas a jóvenes artistas colombianos para facilitar sus estudios en España. También se le nombra representante del Consorcio Bancario Español para la adquisición de unos préstamos, siendo en esta época Miguel Primo de Rivera, Marqués de Lozoya, Ministro de España. Su trabajo consular y su labor de acercamiento entre Colombia y España lo hicieron merecedor de un altísimo honor: La Orden de Isabel la Católica; fue, entonces, condecorado con la Cruz de Caballero y la Cruz de Comendador.

En Colombia nacieron tres hijos más: Julio, Gonzalo y Manuel, que se llevaban dos o tres años, cada quien con el anterior. La familia vivía en una gran hacienda, donde “tiíta Mercedes” y “tiíta Nati”, que ya no podían ejercer su labor de madres con Antonio, se encargaban de consentir a los pequeños que iban llegando a la familia. Aprendieron a hacer conservas y dulces con las frutas tropicales que, de ser una novedad, pasaron a convertirse en los ingredientes de postres que los cuatro sobrinos nunca olvidarían. Las tías eran las consentidoras y consoladoras de los niños, cuando había una rodilla raspada o un dolor de barriga, y, muy particularmente, en las noches de tormenta cuando Alvarito –“Coque” para sus hermanos que oían a su padre llamarlo “Albaricoque”- corría al cuarto de su “tiíta Nati” para que lo protegiera de los relámpagos; los chicos, ninguno de ellos, se hubiese atrevido a perturbar el sueño de sus padres, especialmente de Elvira. La imagen de la madre era algo así como una diosa ideal y lejana para sus hijos que la veían acompañar a su padre para asistir a sus reuniones sociales, siempre adornada con sus magníficos sombreros y sus espectaculares abrigos junto a Antonio, que siempre tenía una broma, un guiño o un beso de última hora para sus hijos, antes de salir a cualquier compromiso. Elvira se fue convirtiendo, cada vez con más dedicación, en “la señora del maestro Rodríguez del Villar”: hermosa, elegante e inteligente, era el orgullo de su esposo en recepciones, cenas, tertulias y veladas, donde se reunían poetas, escritores, pintores, escultores y hombres connotados de la época que celebraban sus encuentros conversando en francés. Contaba Álvaro que siempre recordaba la imagen de su madre un día en particular, cuando fue a recogerlo al colegio; tendría él unos seis o siete años; aquella tarde levantó la vista, de pronto, y vio a su madre espectacular a la salida de clases; en aquel instante se sintió orgulloso y pensó: “A ningún otro niño lo recoge una madre tan bella como la mía”…Puedo imaginar su recorrido triunfal, en medio de los demás compañeros, hasta tomar la mano de Elvira y subir al automóvil, elemento que se hizo imprescindible en una familia tan aficionada a las novedades, los avances tecnológicos y las comodidades que ofrecía la modernidad.


A partir de 1924, Rodríguez del Villar trabaja como profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde regentó la cátedra de Escultura. En ese mismo año, dos concursos escultóricos se llevaron a cabo entre todos los artistas que vivían en Colombia para ese momento: en uno de ellos, el Monumento a Ricaurte, Antonio obtuvo el primer lugar.

Tenía una altura de 18 m. y medio, una base de rocalla y algunas figuras chibchas en el bajo relieve, las cuales rendían culto al héroe. Al frente iba un joven con el pecho descubierto y protegiendo con aire resuelto la patria. Al pie de este grupo había dos figuras femeninas que representaban la Historia y el Ideal. En el costado norte otras dos figuras representaban la Gloria con el héroe muerto en sus brazos y la Patria con la mejilla reclinada sobre el cuerpo del héroe. Debajo de este grupo aparecían el Sacrificio y el Heroísmo simbolizados en dos hombres fuertes. Coronando el monumento en forma de pirámide truncada iba una figura femenina símbolo de la Victoria, que sostenía en uno de sus hombros al Cóndor Andino. (http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/diccioart/diccioart21e.htm)

Lamentablemente, este monumento fue derribado en el año 1936.

Es ésta la primera oportunidad en que Antonio realiza una obra de tan grandes dimensiones en la que se incluyen varias figuras humanas. Utiliza una serie de símbolos o alegorías: el Sacrificio, el Heroísmo, la Gloria, la Patria…al igual que lo hará en composiciones escultóricas posteriores, bien sean de volumen o de relieve. Y aunque, este tipo de escultura responde a la representación de un hecho heroico particular es esencial el impacto que cause a quien la observa, sin que necesariamente encuentre en ella la idea que el autor quiso plasmar en ella, sino más bien la visión que el autor plantea sobre el hecho; de esta forma si el observador no evocara el relato o las hazañas del héroe, disfruta de la experiencia estética que le transmite la obra escultórica creada, originalmente, con el fin de representar las características esenciales de un hecho o del personaje al que, de alguna manera se acompaña de representaciones materiales –en la mayoría de los casos, humanas. El conjunto escultórico se plantea, entonces como un “texto” al presentarse como una manifestación de de elementos no dichos que están por actualizarse cada vez que el observador se coloca ante la obra. La escultura se convierte en un recurso expresivo orientado a transmitir, de una manera inmediata, una sensación de grandeza impregnada de belleza y de nostalgia; experiencia accesible a todo aquel que lo contemple: el placer estético.

De esta época, un testimonio del propio Antonio nos transmite el sentimiento que lo anima en el momento de realizar sus grandes proyectos:

Un monumento conmemorativo de un hecho cualquiera debe, ante todo, dar al espectador una idea de toda la importancia, de toda la trascendencia del hecho en cuestión. He aquí por qué cuando se eleva un monumento a un héroe no basta hacer un pedestal y colocar encima de él la estatua de un personaje por muy parecido que esté[…] El arte debe elevarse mucho más y aspirar a producir en el espectador sentimientos e ideas, representándolos por los medios que tiene a su alcance.
(R. del Villar,1924 en:http://www.museonacional.gov.co/cuadernos/2/cayacucho.pdf)

Estas palabras forman parte de un catalogo que recoge opiniones del autor, publicadas con ocasión de la inauguración del mencionado Monumento a Ricaurte.

Además de las ya citadas y descritas, brevemente, muchas son las obras que realizó Rodríguez del Villar en Colombia. Algunas de ellas las nombra Antonio en entrevistas o en los breves textos que, sobre él, escribió su esposa, conocemos sobre la autoría de otras al revisar información y referencias obtenidas a través de reciente investigación, es muy probable que otras –quizás muchas- sin firma ni documentación que avale su autoría, permanezcan fuera de la siguiente relación:


Bustos:
- General Santander – Actualmente adorna el Gran Salón de la Unión Panamericana, en Washington.
- José Celestino Mutis – Realizado en el año 1924 fue colocado en el jardín exterior del Observatorio Astronómico de Bogotá. En el año 1927, realizó una copia de este busto para adornar la Quinta Mutis en Chapinero. Por la realización de este busto recibió Antonio la Medalla de Oro del Observatorio de Bogotá.
- Simón Bolívar – Fundido en bronce, es una obra de características excepcionales y se encuentra en el Colegio Nacional de san Bartolomé.
- Simón Bolívar – Realizado para la Secretaría de la Organización de Naciones Unidas
- Guillermo Valencia – Obra de particular belleza y elegancia en sus líneas, tal como se puede apreciar a través del material fotográfico que se conserva de ella.
- Miguel de Cervantes - Se encuentra en la Academia de la Historia de Bogotá; por este busto recibió Antonio Mención Honorífica de la Academia de la Historia de Bogotá.
- General Pedro Nel Ospina (Presidente de Colombia del año 1922 al 1926).
- General Santos Acosta
- Monseñor Perdomo, Obispo de Bogotá
- José Joaquín Casas.
En la Universidad Javeriana de Bogotá se encuentran los bustos de:
Miguel Antonio Caro – Rufino José Cuervo – Padre José Dadey – García Rovira – Arzobispo Lobo Guerrero – San Francisco Javier – Francisco Antonio Zea – Antonio Ricaurte.


Monumentos:
- José Asunción Silva
- Antonia Santos (heroína de la Independencia colombiana) en El Socorro; por este monumento recibió la Medalla de Oro de la ciudad de El Socorro y fue nombrado hijo predilecto de esa ciudad.
- Herrera y Vergara en Cali
Decoración:
- Salón de Actos del Colegio Nacional de san Bartolomé en Bogotá.
Existen otras informaciones sin confirmación como un Monumento a la Raza y la contratación de Rodríguez del Villar para la realización del monumento a la Virgen en el cerro de Guadalupe, Bogotá. 1922 (http://www.lablaa.org/blaavirtual/todaslasartes/procesos/cap12.htm).


En el año 1927, Antonio recibe una importante comunicación en la que el Gobierno de Venezuela hace una convocatoria a concurso para los escultores que deseen presentar su proyecto con el fin de realizar una obra majestuosa que conmemore la batalla que selló la Independencia de ese país en el Campo de Carabobo.

CAPITULO V - CARABOBO: UN MONUMENTO INCONCLUSO

CAPÍTULO V

CARABOBO: UN MONUMENTO INCONCLUSO
(1927-1931)



LA HISTORIA

Bogotá ofrecía un ambiente encantador para la familia Rodríguez del Villar; los niños empezaban a crecer y se sentían, más que españoles hispanoamericanos. Los cuatro hijos de Antonio no se criaron con la idea de regresar a Europa; como siempre, el artista creía fielmente que aquél sería el puerto seguro donde desembarcaría junto con toda su carga de proyectos a futuro; sin embargo, a sus cuarenta y siete años Antonio estaba, prácticamente, en la mitad de su vida y, con su carrera de escultor en pleno ascenso, aún no había conocido la satisfacción de esa “obra magnífica”, que aún no había realizado pero que su espíritu creativo presentía: la síntesis de todo su trabajo, su esfuerzo, sus conocimientos y sus habilidades técnicas y artísticas.

En el año 1927, Andrés Eloy de La Rosa, Ministro Plenipotenciario de Venezuela en Colombia y amigo de Antonio, le habla sobre una grandiosa obra que el General Juan Vicente Gómez, Presidente de Venezuela desea que se realice, para conmemorar la Victoria de la Batalla de Carabobo. Un concurso – ¡de nuevo!- en el que participarían varios escultores, de diferentes nacionalidades, con sus ideas y proyectos…Venezuela: la tierra de Bolívar. Para un admirador de El Libertador, como lo era Antonio, la proposición lucía seductora, fascinante. Aquél no sería un busto o simplemente una escultura, era “El Monumento a Bolívar”, a su Gran Victoria; ¿cómo podía Antonio resistirse a esa oportunidad que se le ofrecía?

De Bogotá viajó a Maracay, en Venezuela, y fue presentado al General Gómez por su Secretario; Rafael Requena. A Bolívar, Antonio lo conocía con anterioridad: no era la primera vez que trabajaba con su rostro. Gómez habló y Antonio supo interpretar lo que el General esperaba de ese monumento.

Unos días después, Gómez acompañó al campo de Carabobo a unos cuarenta pintores, escultores y arquitectos, todos ellos atraídos por el grandioso proyecto. Como única indicación, una vez estuvieron todos en el campo de Carabobo, el General dijo: “Quiero que Bolívar destaque en el azul del cielo”:

Las ideas que surgieron allí, por poco me hicieron desistir. Hubo uno que sugirió, inclusive, que debía pintarse un lienzo de proporciones heroicas para colocarlo en la sabana. Cuando me retiraba, Rafael Requena, Secretario del general Gómez me llamó. Y al final, el encargo fue para mí. (El Farol,1966, 14)

La Venezuela que conoció Antonio era hija de un acontecimiento económico que había transformado drásticamente al país: la aparición del petróleo. El progreso parecía llevarse el protagonismo de este país, donde la sociedad, en una gran parte se transformaba de rural a urbana; todo parecía converger hacia la imagen de un Estado rico y poderoso: se hacían carreteras, se introducía la tecnología, se urbanizaban haciendas y se construían viviendas que situaban a Caracas en el esquema de lo que debía ser una capital moderna del siglo XX; todo esto al lado de un gran sector de la población que quedaba olvidado en el atraso, la pobreza y la ignorancia; y así como nacían nuevas legislaciones, estallaban huelgas y a la par de los grandes escritores que comenzaban a despuntar, el analfabetismo continuaba siendo una epidemia nacional. El Presidente, todopoderoso instalado cómodamente en el poder ejercía su dominio, más acorde con el dueño de una gran hacienda que con la imagen de primer mandatario que exigía el desarrollo de Venezuela. Directo, nada sofisticado y poco avezado en artes, pero sumamente inteligente era este General con el que se encontró Antonio, en Venezuela: “la presencia de Gómez imponía, asustaba”, recordaba Rodríguez del Villar, muchos años después.

Decidió, el artista, quedarse en Maracay. Alquiló una habitación cerca del que, en esa época, era el Mercado Principal y se dispuso a trabajar en la maqueta. Un local del mismo mercado se convirtió en su estudio y el proyecto lo realizó sobre una mesa de billar, en menos de un mes. Pero ¿dónde encontraría el material para comenzar a trabajar? Unos vecinos del lugar lo acompañaron a un cerro cercano al lugar, aquel barro no poseía las características necesarias, finalmente encontró una especie de arcilla con la que le fue posible comenzar a modelar. Había concebido la idea esencial, como sucedía generalmente para Antonio, tenía ya una forma en su cabeza que sus manos iban interpretando y llevando a la realidad; a medida que iba creando en el barro, surgían detalles, modificaciones que iba agregando. El monumento ameritaba no sólo su esfuerzo de artista sino de buen administrador con el tiempo y con el presupuesto, ya que el trabajo no dependía enteramente de sus manos sino también de demoras inesperadas y de la calidad del taller de fundición que se encargara de llevar al bronce el trabajo realizado por Antonio en su estudio. No existía otro material más noble y adecuado en el que quedara plasmada la figura de El Libertador, su gesto, la postura de su cuerpo en actitud de mando, de acción de seguridad:


Une statue de bronze, généralement creuse à l´intérieur est infiniment plus légère qu´un statue de marbre ; elle permet donc plus d´audace dans les mouvements, elle autorise une gesticulation plus véhémente que la massivité du marbre. Dans un groupe de bronze, l´artiste peut risquer des creux, des vides, toute une aération de son motif que le marbre ne saurait pas permettre. (Varenne, 1922, p.26)

(Una estatua de bronce, generalmente hueca en el interior es infinitamente más ligera que una estatua de mármol, por lo tanto permita más audacia en los movimientos, autoriza una gesticulación más vehemente que lo macizo del mármol. En un grupo de bronce el artista puede arriesgar la oquedad, los vacíos, permite ser aireada de una forma que no sería posible en el mármol.)

Los volúmenes tenían ya una forma específica, la composición le satisfacía en cuanto a la armonía de sus proporciones y a su equilibrio interno, visualizó la organización de los volúmenes desde el momento en que, por primera vez observó la vasta grandiosidad del Campo de Carabobo: sin embargo, era ésa la mayor preocupación que rondaba la cabeza de Antonio: el inmenso espacio sobre el que debía dominar el Monumento e imponerse con una presencia heroica.

“Muchas fueron las noches que pasé en vela. Aquellas llanuras sin fin opacarían los bronces con su enorme tamaño. Debía haber algo que llamara la atención, que venciera ese obstáculo que tanto me preocupaba” Para ello, Rodríguez del Villar, aumentó el tamaño de las figuras y rodeó la imagen de El Libertador de un grupo de alegorías, dramatizando, con ello, el espacio al desbordar frontalmente, el pedestal del Monumento.(Calzadilla, Briceño, 1977, p.58)

Para asegurarse de que el espacio, realmente, iba a ser dominado por los tres cuerpos del conjunto escultórico y que éste no iba a perderse en la inmensidad, se le ocurrió a Antonio realizar una primera prueba que le confirmara las proporciones que debía tener la obra.
Así pues, se dedico a caminar en el espacio donde se erigiría la obra, contaba sus pasos, anotaba, calculaba…Aquello era una sabana que parecía interminable, no había algún árbol o punto de referencia que pudiera darle idea del espacio que necesitaba para desarrollar su obra. Entonces se le ocurrió alquilar una gran cantidad de taxis, los chóferes, confusos seguían sus instrucciones, absolutamente inusuales e incomprensibles para ellos; Antonio les ordenó colocar los automóviles en lugares específicos y a distancias convenientes, formando un inmenso círculo para calcular el espacio del que debía disponer para el emplazamiento de los tres grupos escultóricos, logrando que no se perdiesen en la inmensidad del paisaje sino que se convirtieran en el centro majestuoso donde convergiera la vista de quienes se encontraran ubicados en cualquier punto del Campo: el Monumento debía convertirse en el protagonista de aquella inmensa sabana.

Una vez finalizada la maqueta fue presentada al General Gómez, cuya presencia, según palabras del mismo escultor, “imponía” a Antonio. El Presidente, lentamente, comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa, finalmente, sin apartar la mirada del trabajo realizado por Antonio, exclamó: “Esto es lo que yo quería. Me gusta”.

Viajó, entonces, Rodríguez del Villar a Caracas para cumplir con los trámites legales del contrato con el Gobierno; la suma acordada fue de un millón de bolívares, con ese dinero debía él buscar un taller de fundición, costear los gastos de la elaboración de la totalidad del monumento y los traslados de las esculturas a Venezuela. En América, para el momento, no existía un taller que pudiera encargarse de una obra de tan heroicas proporciones; así, partió Antonio a Europa con un adelanto de 30.000 bolívares. Pasó primero por Bogotá, donde se reunió con su esposa y sus hijos para dirigirse a Francia, donde pensaba que podría encontrar fundiciones expertas que le garantizaran el trabajo. El viaje sirvió, únicamente como distracción a la familia porque no encontró allí un taller donde se pudiera realizar semejante obra. Afortunadamente, un amigo escultor le recomendó dirigirse a Italia y, en Florencia, la Fundición Vignal se comprometió a realizar sólo parte de la obra, ya que el tiempo era un factor esencial para la ejecución del Monumento; en Barcelona, España, encontró el taller que realizaría el trabajo restante.

Antonio instaló a su familia en Barcelona donde, después de finalizar trámites en Venezuela, acudió él, también.

Sabíamos de antemano que vendría. Sus hijos y su patria tiraban de él y le arrancaban de aquellas tierras de América donde encontró gloria para su arte y dinero en abundancia para una vida cómoda y holgada. Sabíamos que vendría porque todo lo que adoraba en el mundo, aquí lo tenía... ( )

Una vez más, se mudaba el hogar, de regreso a España; para los chicos no fue fácil acostumbrarse. Elvira veía poco a su esposo que pasaba los días y en muchas ocasiones, las noches trabajando en el taller donde se entregó a la realización del Monumento de Carabobo durante más de dos años y medio.
En el año 1929 nació, en España, el menor de los hijos de Antonio; fueron, entonces: Álvaro, Julio, Gonzalo, Manuel y Fernando.


El barro, sobre las armaduras que le servían de soporte, iba adquiriendo forma poco a poco: caballos, figuras humanas, paños... y a pesar de su práctica, desde la infancia, para modelar las figuras respetando una perfecta proporción, aseguraba que era absolutamente necesario trabajar a partir del “natural”. Eso representaba un dolor de cabeza más, ya que debía escoger, con sumo cuidado, a modelos profesionales que exigían honorarios elevados. Existía en esa época una célebre modelo, cuyo cuerpo maravilloso no tenía, a decir de Antonio, un solo defecto, sin embargo su rostro había envejecido, al parecer, independientemente de su cuerpo, se decía que tenía unos cincuenta años, y había quienes, incluso le calculaban mucha más edad: “Una auténtica Dorian Grey femenina” comentaba Antonio con una pícara sonrisa…”quién sabe donde tendría guardada la escultura que envejecía por ella”, igual que sucede con el retrato del personaje de Oscar Wilde.
Dos grandes talleres europeos de fundición trabajaban a la vez, mientras, en Venezuela, el General Gómez se impacientaba por ver la obra realizada.

Asediado por las fechas modelaba directamente sobre el barro y, apenas me sentía satisfecho de lo hecho, ya la fundición comenzaba a trabajar. Los grupos laterales que representan a España y Venezuela, con sus respectivos escudos de mosaicos venecianos, se hicieron en Barcelona. Hubo que hacerlo porque la fundición [de Florencia] no daba abasto. El trabajo pesado se hizo en Florencia. El fundidor que creyó haber descubierto una mina de oro, se ponía cada vez más exigente a medida que el trabajo progresaba, aumentando los precios a voluntad. Y a eso se agregaba la presencia de dos inefables inspectores, venidos desde Caracas, a fiscalizar la obra, que no me desamparaban en ningún momento. (El Farol, 1966, 14).


Debió ser una época sumamente tensa para Antonio que, sin embargo tuvo tiempo de seguir llevando a sus hijos y a su esposa, alguna que otra vez, de vacaciones por Europa y de decorar hermosamente su nueva casa con imponentes muebles que encargó por catálogo a los Estados Unidos, en el mismo lugar donde los fabricaban para las películas de Hollywood. Aquella casa: La Torre, sería inolvidable para los hijos que, siempre, a pesar del paso del tiempo, la recordaban como su hogar en España, el punto de partida y de llegada de viajes maravillosos en los que conocieron Francia e Italia. Viviendo allí comprendieron que las raíces y el corazón podían estar, a la vez en España y en América.

En dos años, es fácil imaginar la cantidad de percances, contrariedades y dificultades que surgieron; sin embargo, tanto Antonio como su obra seguían una ruta segura hacia su culminación; uno de estos accidentes, estaba grabado muy particularmente en la memoria del escultor: en una ocasión, mientras modelaba el pecho de uno de los caballos laterales del cuerpo central del Monumento, subido Antonio en un andamio junto a un par de sus ayudantes, algo le permitió sentir que debía alejarse de la grandiosa escultura; entonces ordeno a sus asistentes que bajaran rápidamente, éstos, se extrañaron porque no vieron motivo para la alarma del maestro. Al cabo de unos momentos, cuando Antonio se había alejado con sus ayudantes a una prudente distancia de la imponente figura, ésta se derrumbó, aplastando la débil estructura del andamio de madera donde, momentos antes se encontraba el escultor y sus discípulos:
- ¿Cómo lo supo, maestro?- preguntó uno de ellos, todavía sobresaltado por el estruendo.
Él, apenas mostró una sonrisa de alivio:
- No lo sé – le contestó – La imagen del caballo desmoronándose, vino a mí mente, de pronto…
- ¿Qué hacemos ahora, maestro?

Hicieron lo que siempre hacía Antonio ante las dificultades, fortalecerse y seguir adelante. No fue ese el último contratiempo, los talleres de fundición exigían más dinero del acordado en un principio ante lo complicado y extenso del trabajo: los gastos aumentaban y las ganancias disminuían; no era la primera vez que sucedía esto a Antonio...ni sería la última, Rodríguez del Villar era tan buen artista como mal administrador. En períodos de bonanza económica vivían “como reyes”, parafraseando a Antonio o a cualquiera de sus hijos; el dinero se gastaba a raudales y no les preocupaba, en absoluto, el ahorro, siempre había otro proyecto, otra obra, y de hecho, así fue por muchísimos años. Antonio era un bohemio, de corazón y la vida práctica le tenía sin cuidado, especialmente cuando estaba creando: aquello que visualizaba con su corazón y con su imaginación debía verlo materializarse, y en el caso de Carabobo, no importaban los costos ni el esfuerzo que se le exigiera al artista.


Una vez finalizada la obra, surgió una nueva eventualidad, el inmenso grupo escultórico de Bolívar, sobre su caballo era demasiado grande para poder pasar por la puerta del taller de fundición. Se hizo necesario llamar a albañiles que rompieran la pared para ampliar la entrada:

Por fin terminé el encargo a tiempo de enviarlo a Caracas [sic] para los actos que se iban a celebrar en Carabobo. Faltaba, sin embargo el accidentado transporte de las partes del monumento hasta el barco que las llevaría a la Guaira. Los propietarios de la fundición tuvieron que derribar la pared frontal del taller para que pasara la estatua ecuestre de El Libertador que corona el Monumento. Y a lo largo del camino se hizo preciso rebajar puentes y realizar toda una serie de complicadas maniobras hasta que al fin estuvo a bordo del barco que la trajo a Caracas [sic]. Lamento no recordar el nombre de ese barco. (El Farol, 1966, 14).

Finalmente sólo quedaban por realizar dos maravillosas figuras de unos colosos gigantescos, cada uno de ellos sosteniendo una espada, que representarían a los Guardianes de la Patria. Estas dos estatuas debían ir colocadas en dos pedestales con dos altorrelieves: el de la derecha se representaría al pueblo venezolano y en el de la izquierda las fuerzas de la defensa del país. Fue una triste decepción de la que no se recuperó el artista, el saber que el gobierno había decidido que no se enviaran las figuras a Venezuela. Quedaron almacenadas en el taller de Florencia y Antonio jamás supo qué sucedió, finalmente, con ellas.

Al llegar el artista a Venezuela, pocos días antes del acto de inauguración del Monumento, el dolor fue aun mayor cuando vio los pedestales ocupados por unas figuras que rompían la armoniosa grandiosidad del conjunto escultórico. Jamás se ofreció una explicación a Rodríguez del Villar sobre este irrespeto a su obra de la que se le descontó parte del último pago. El Monumento de Carabobo había quedado incompleto.

De Carabobo me ha quedado siempre el descontento del artista a quien le modifican la concepción de sus manos y de su inspiración…colocaron unas estatuas ecuestres con unas figuras que llevan un clarín en las manos. Evidentemente muy diferentes a las otras. Se nota que no pertenecen a la misma mano. Y esas no son las únicas que no están en el monumento. También modelé un altorrelieve en homenaje al Soldado Desconocido que no aparece por ninguna parte (…)Es curioso que después de tantos años conserve esta animadversión por las estatuas agregadas pero no lo puedo evitar. (El Farol, 1966, pp.12,14).

Faltaban, también dos pebeteros que debían estar en las manos de las estatuas que se encuentran en los dos cuerpos laterales, en ellos debía arder permanentemente, la llama simbólica del espíritu de Bolívar iluminando por siempre a las naciones que liberó:
“La colocación del monumento en el Campo de Carabobo hizo necesario un despliegue de ingenio, a falta de equipo adecuado, pero al fin quedó en su puesto” (El Farol, 1966, pp.12,14).. Al ver su obra dispuesta en el lugar para el que había sido ideada, Antonio, confiesa haber llorado de emoción: “A cuarenta años de distancia sigo sintiendo que el Monumento a Carabobo es hijo de mis manos, hijo mío” (El Farol, 1966, p.14).

Se realizó un grandioso acto de inauguración del Monumento, el 17 de diciembre de 1930, al que Antonio decidió no asistir; aquel día almorzó con unos amigos suyos en un restaurante en Valencia, no muy lejos del Campo de Carabobo y al atardecer regresó a Caracas.



LA IDEA

Hace más de cuarenta años que entregué el Monumento a Carabobo. Todavía recuerdo con claridad al General Gómez, con las manos en la espalda, caminando en torno a la obra, con una expresión curiosa en los ojos, como si todo aquello hubiera salido de sus manos…En ese momento tuve la sensación de que no entendía lo que yo quería decir con el Monumento, que mi mensaje no llegaba a él…y desde entonces me ha quedado la convicción de que mi obra no se ha entendido, que no se ha comprendido enteramente. (El Farol, 1966, 12).

Antonio se consideraba un español de la “generación joven”, y esa expresión entre comillas no tiene una connotación de falta de vigencia con respecto al momento en que se escribe esta biografía; ese entrecomillado obedece a que el significado que deseaba darle Antonio, tampoco pertenecía a su momento histórico sino que se ubicaba mucho más adelante. En alguna de sus declaraciones se refiere él a antiguas rencillas entre España y América, “sentimientos superados” según él opinaba. Artista y ciudadano del mundo, Antonio aprendía a amar lo que de bello o heroico o admirable, le ofreciera el lugar donde le tocase vivir; en América las glorias de la gesta independentista lo sedujeron con el acento entre romántico y sublime que, para él poseía el concepto de Libertad, quién, mejor que él conocía su valor y su necesidad para liberar al espíritu humano de las miserias que impiden al hombre su búsqueda de la felicidad y del sumo bien. Su enfoque de la vida, sereno y claro no entendía de odios y rencores trasnochados. Cuando vino por primera vez a América, leía, leía muchísimo sobre historia porque su curiosidad y su deseo de saber eran insaciables y porque su oficio así se lo exigía: ¿Quién era ese Ricaurte a quien debía hacer un monumento? ¿Por qué era tan respetado el recuerdo de Antonia Santos? ¿Qué tipo de poesía escribía José Asunción Silva? ¿Qué hizo de Bolívar ese personaje singular? El Libertador, como Antonio prefería llamarlo: le complacía ese nombre…por todo esto un español, como él, se sintió el indicado para inmortalizarlo en tantas ocasiones: bustos, esculturas; a caballo, de pie; civil, militar…

Don Antonio Rodríguez del Villar no necesitó de asesoría de los historiadores para elaborar su proyecto. Lo hizo por propia cuenta, no obstante ser español, era un ferviente admirador de Bolívar, cuya figura le resultaba familiar para sus manos de artista. Valencia, Ciudad Industrial, 21/09/ 2008).

Algunos españoles no entendieron y por ello, el artista fue objeto de crítica en ciertos círculos recalcitrantes y necios, afortunadamente no fueron muchos ni muy importantes. Condecorado y honrado en varios países de Hispanoamérica y miembro de la Sociedad Bolivariana, América lo recibió y lo acogió como hermano y así se sentía él: un español-americano. Ese fue el sentimiento del que quiso impregnar el Monumento de Carabobo.

Para mí Carabobo fue una guerra civil. Del choque de dos ramas de un mismo tronco –España allá en el continente y España aquí, en el nuevo mundo- surgió airosa, una raza nueva. En el centro del monumento se puede ver la figura alegórica de esa nueva raza abrazando las figuras que representan esas dos ramas(…) Yo quise exaltar la unión, la confraternidad, el nacimiento de una nueva nación glorificando la figura de Simón Bolívar a quien coloqué, tal como me lo pidió el General Gómez, “recortado sobre el cielo” y conducido por el Genio y la Gloria. (El Farol, 1966, 12)

Estas palabras del autor son el punto de partida para comprender esta obra, para “entender” lo que el artista “quería decir con el monumento”, para que el “mensaje” implícito en esta obra, finalmente “llegue” tal como el artista la concibió: no como la representación de un enfrentamiento doloroso sino como el nacimiento glorioso de una nación plural en su esencia étnica pero fusionada en armoniosa hermandad.

Un dato absolutamente curioso y poco conocido es el hecho de que Antonio, tenía en mente esta idea de integración americano-española, desde hacía varios años antes. Al parecer, llegaron noticias a Antonio, en le año 1923 acerca de un concurso dirigido a escultores españoles y propuesto por Venezuela. La idea era erigir en Madrid un Monumento a Bolívar. En un escrito del escultor se describe el proyecto de lo que sería el monumento que incluiría las etapas de conquista, colonización y emancipación, así como elementos indígenas, además de la representación de otros personajes como Santander y Sucre que rodearían la figura protagónica de Simón Bolívar.
No existe otra mención de este trabajo o de que la maqueta se llevase a cabo; sin embargo, es importante hacer notar el hecho de que Antonio tenía claro, desde hacía años, el concepto que deseaba imprimir al gran monumento en homenaje a El Libertador.
A continuación fragmentos de la carta escrita por Rodríguez del Villar en 1923:

Soy español de Sevilla, y los años numerosos que llevo en América, no sólo han fortificado y engrandecido el amor por mi patria sino que además me han hecho compenetrarme de tal manera con la mentalidad y los sentimientos de este país colombiano y de los otros de Hispanoamérica que, ambos sentimientos, el de amor a España y el que siento por estas tierras, se han fundido en mí en uno solo, tan íntimamente que hoy no me es posible separarlos. Y este hecho que se repite en el fondo del alma de varios miles de españoles que en América viven, hace de mí el campeón más convencido del hispanoamericanismo que es para mí una necesidad espiritual por la imposibilidad en que me hallo, de sentir las absurdas divisiones de las fronteras políticas, totalmente impotentes para dividir lo indivisible: el alma única de nuestra raza. (…) ¡Ojala, pueda llegar a ser mi obra el monumento a esa Hispania grande y fuerte que aspiramos a crear para el futuro, a esa unión hispanoamericana que será el pedestal de nuestro engrandecimiento, pues esto indicaría que he logrado dar forma a la idea que me agitaba al crearlo!




LAS ESCULTURAS

A pesar de que Antonio no estuviese “satisfecho del Monumento de Carabobo”, es ésta la obra que lo define como artista y que en su momento, mereció incontables elogios:

Yo vi el Monumento de Carabobo, el más fantástico homenaje a un episodio de la Historia, que haya visto en mi vida(…) himno de bronce litúrgico, canto de mármol a la más gloriosa epopeya de la Historia de Venezuela. Armando Moreno, Primer Secretario de la Embajada del Panamá ( El Nacional, Dic 1946)

La magnificencia de este monumento es muy superior a cuantas lecturas y referencias he tenido…
Coronel J. F. Oliva, Ministro de la Defensa de Guatemala

…un triunfador en el difícil arte de Rodin, mago del arte escultórico y dueño de una técnica impecable, triunfa una vez más, en el grandioso monumento a Bolívar, en el campo de Carabobo…
(La Opinión de Puerto Rico, Septiembre 1923)

El escultor español, Rodríguez del Villar, supo vengar al regimiento de Valencey (Pablo de la Cruz, notable arquitecto colombiano, en su visita a Carabobo)

El Monumento más grande e imponente de la América Latina, la obra más voluptuosa de Rodríguez del Villar (La prensa de Curazao, Marzo 1954)

…Monumento ejecutado por el gran escultor español: “el escultor del mundo” (La Nación de Panamá, Enero 1948)

En un viaje a Francia, años después de inaugurarse el Monumento, un conocido suyo, artista también, que había visitado Venezuela le aconsejó a Antonio que, ya que él viajaba tanto por América, visitara Carabobo, valía la pena el viaje, le dijo, por ver un grandioso monumento que se encontraba en Carabobo:
1 Pero si soy yo el autor de ese Monumento -le contestó con una sonrisa.
2 Entonces ya puedes morirte, después de haber realizado algo tan grandioso.
Antonio sonrió: tenía intención de vivir muchos años más.

No puede ser completa una biografía sobre el autor sin detenerse a describir brevemente el Monumento, acercándose a la intención del autor para comprender la simbología que motivó la creación de los elementos esenciales de este conjunto escultórico:

Camino hacia el Monumento, se encuentran una serie de bustos que representan a los más importantes jefes y oficiales que participaron en la Batalla.
El monumento descansa sobre un pedestal rectangular y posee dos alas laterales de bases rectangulares. En la parte superior del pedestal del centro se encuentra una estatua ecuestre de El Libertador, conducido por El Genio y La Gloria y apoyado sobre un grupo de vencidos.
Las dos estatuas ecuestres, a la derecha de El Libertador son los generales José Antonio Páez y Santiago Mariño; a la izquierda el General Manuel Cedeño y el Coronel Ambrosio Plaza.
En la cara anterior del pedestal central está la alegoría del Altar de la Patria representado por una escalera de siete peldaños con una estrella de bronce en cada uno, símbolo de las siete provincias que constituían la Capitanía General de Venezuela. A continuación de las escaleras, se encuentra una lápida de piedra y luego, sobre una base semicircular tres esculturas femeninas de pie, una representa a la raza española, otra a la indígena y la central, que se encuentra abrazando a ambas es la raza iberoamericana, la nueva raza.
En las dos alas laterales hay dos relojes de bronce; el que está a la derecha de El Libertador indica, con espadas, la hora de comienzo de la Batalla y el de la izquierda, con laureles, la hora de la victoria.
Una estatua pedestre en el primer plinto a la derecha, simboliza la Independencia, levanta una espada corta en actitud de defender la obra de los héroes de Carabobo y apoya la mano izquierda en un escudo símbolo de la fortaleza. La estatua pedestre a la izquierda de El Libertador, simboliza La República, levanta, en su mano izquierda, la antorcha de El Progreso y apoya su mano derecha en una espada, símbolo de La Potencia.
Los altos relieves representan distintos momentos de la Batalla.
A izquierda y derecha del monumento central se encuentran dos estatuas, dos leones laterales y los escudos de Venezuela y España en mosaico veneciano, que rematan en un cóndor de bronce con las alas desplegadas: una de ellas representa a Venezuela y la otra a España.

El Arco que se encuentra a la entrada del Campo de Carabobo no pertenece a Antonio y se encontraba en el lugar mucho antes de que se realizara el Monumento.